DIAMANTE NEGRO (2 de 3)

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Las habilidades del cuervo iban en aumento, al igual que lo hacía la ambición de Samuel:

–Oye, Boris…; hay una joyería a la que le tengo ganas. No será fácil, pero encontraré el modo de hacerte ingresar.    El cuervo contestó con un graznido.

Samuel fue entonces al lugar a elegir el artículo más valioso y a mirar a la gente entrar y salir. El local tenía una puerta que daba ingreso a un pequeño hall, y luego una segunda puerta más pesada que la primera. El entrenador pensó entonces que la mejor manera de llevar a cabo el robo sería sosteniendo él mismo ambas puertas para así hacer ingresar a su compañero.

Para el entrenamiento, recreó el sitio en su propio hogar. Con unas cajas de cartón armó los mostradores de la forma más fiel posible, y puso varios maniquíes para representar a los empleados y a los posibles clientes, que serían obstáculos en el vuelo de Boris. Por último, ubicó unos caramelos color esmeralda en el lugar exacto donde estaban los mejores aros de la tienda.

Ese día Samuel se puso un traje que había comprado hacía pocos meses. Le quedaba un poco holgado, pero era el mejor que tenía, y necesitaba aparentar ser alguien de alto poder adquisitivo. Se afeitó en forma meticulosa, peinó lo mejor que pudo sus indómitos cabellos, y fue a la joyería con paso firme. Una vez allí pidió ver los aros. Dijo que eran para su esposa, a quien quería dar un obsequio tras diez años de matrimonio. Las pocas relaciones amorosas que solía tener Samuel no duraban más que semanas, pero el empleado de la tienda pareció creer la historia.

Pidió ver los aros más valiosos, uno tras otro, e hizo preguntas de todo tipo sobre la procedencia de cada objeto. Manoseó cada pieza procurando desordenar lo más posible todo lo que estaba apoyado sobre el mostrador. Luego de asegurarse de que hubiera decenas de aros a la vista, se dirigió hacia la puerta:

–Espéreme un momento, por favor –dijo mientras se alejaba.

Abrió la primera puerta y luego abrió la segunda sin dejar de sostener la anterior, y Boris, que había estado esperando posado en un árbol, enseguida voló hacia adentro al ver a su entrenador.

El cuervo esquivó sin problemas las cabezas de los clientes y pronto llegó al mostrador donde aún estaban los aros expuestos sobre el vidrio.

Samuel, fingiendo sorpresa, se quedó parado sosteniendo ambas puertas, mientras su socio tomaba los aros para luego desaparecer de la vista de todos.

El plan se había ejecutado perfectamente a excepción de un no tan pequeño detalle: el empleado de la tienda se dio cuenta de que Samuel era cómplice del cuervo, y al realizar la denuncia le describió su aspecto al dibujante de la policía. Pronto el retrato apareció en las noticias junto con el titular: «El Encantador de pájaros ha sido descubierto”».

*

Samuel y Boris debieron esconderse durante algunos meses mientras vivían de lo obtenido en la venta de los aros.    A medida que se le acababa el dinero, el entrenador pensaba más y más en dar un nuevo golpe, hasta que una tarde mirando televisión, supo cuál sería su próximo y último robo.

Un desfile de modas se llevaría a cabo en la ciudad en dos semanas. Además de ropa de los más famosos diseñadores, las modelos llevarían invaluables piezas de una joyería mundialmente conocida. Entre las gemas que formarían parte de la exposición estaría nada menos que el Ojo negro, un diamante oval color azabache de más de dos centímetros de largo. Su belleza opacaría a todos los demás, era una pieza que parecía tener un universo en penumbras en su interior.

El Ojo negro valía una fortuna. Había sido tallado por el lapidario italiano Niccolò Rivalti, quien intentó alcanzar la perfección con aquella piedra. Le dedicó cientos de horas de trabajo, más que a cualquier otra gema, pero cuando estaba terminando de pulirla, notó un pequeño rayón. No entendía cómo aquello había sucedido; él era muy cuidadoso, en especial con la que sería su obra maestra.

Corregir aquella marca habría arruinado la simetría milimétrica lograda, y no pudiendo tolerar la tragedia, el joyero se cortó las venas.

Varios han asegurado que, si se mueve lentamente el Ojo negro, se puede ver una leve policromía que provoca un efecto de abrir y cerrar. Ese sería el último pestañeo de Niccolò Rivalti, que se reflejó y grabó en la joya la noche en que se desangraba a su lado.

Siendo la última pieza en la que trabajó el famoso tallador, y sobre todo cargando con esas y otras muchas leyendas, el valor de la gema se elevó por los aires.

–Mira, Boris –dijo Samuel apuntando al televisor–. Se parece a tus ojos.

Boris contestó con un graznido. Sus ojos negros también parecían contener un universo en penumbras.

Samuel comenzó ese mismo día a entrenar al cuervo para la hazaña; la última que realizarían juntos.

El Ojo negro estaba unido a un excepcional collar de titanio y pequeños diamantes, pero su valor era despreciable a comparación de la pieza principal. El entrenador pensó que lo mejor sería que Boris robase únicamente el diamante para que no llevara tanto peso, y calculó que si tiraba de él, se rompería el segundo eslabón que lo sujetaba, por ser el más pequeño. Practicaron varias horas al día con un collar del que colgaba una piedra de tamaño y peso aproximados a los del Ojo negro, colocándolo en el cuello de un maniquí. Boris volaba y atrapaba la pieza desde todos los ángulos, cada vez con mayor velocidad. Finalmente logró hacerlo en forma perfecta.

El día del desfile llegó. La exposición se realizó en la Galería Nacional de Arte, y el lugar había sido preparado como nunca para la velada. Las columnas jónicas de mármol estaban adornadas con luces doradas y plateadas. Diversos banderines colgaban con los nombres de las marcas y diseñadores más vanguardistas del mundo de la moda. Las alfombras negras fueron lavadas para la ocasión, quedando como nuevas, contrastando más aún con las paredes color marfil. Había pedestales en cada esquina, arreglados con rosas blancas, y no había una lámpara faltante en las arañas de cristal que colgaban de los techos hemisféricos. El jardín central de la galería no era techado, y todas las estrellas habían asistido aquella noche. Pero ese espacio abierto sería como una pista de aterrizaje hecha exclusivamente para Boris.

...

...continúa en la tercera y última parte...

 


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