M, mi primera madura (V) - Arco de la condena (parte I)
Por PlumaLibre
Enviado el 12/09/2023, clasificado en Adultos / eróticos
7412 visitas
Volvía hacia el piso desde el campus, con parte de la borrachera aún viva; producto de aquel trance salvaje de maría; me costaba mucho articular mis pensamientos. Arrimé a la caseta del cuidador para ingresar a la ciudadela; el lugar estaba vacío y mis ojos se perdieron en la hoja de un cuaderno que estaba sobre el escritorio, al interior del puesto de vigilancia, el cual se divisaba a través de la ventanilla de atención. Ecuaciones sencillas y figuras geométricas dibujadas a lápiz se distinguían en la cuadrícula del papel.
«Mierda ¿Qué estoy haciendo conmigo?» pensé mientras; a lo lejos, el celador venía a toda prisa para abrir la verja.
- Buenas noches Joven, siga bien pueda. Exclamo el vigilante con tono jovial.
- Hola señor R, respondí lenta y maquinalmente sin perder de vista el cuaderno.
El flojo saludo de protocolo no pasó desapercibido para el señor R que inmediatamente preguntó:
- ¿Está usted bien?
- Los números ¿Por qué está haciendo eso? Pregunté toscamente para evadirlo y, a falta de encontrar más léxico en mi cerebro vicioso. Evitaba mirar a aquel sujeto de frente.
- ¿Se refiere a esos apuntes? Son de L el jardinero, se ha inscrito en un instituto nocturno y está viendo matemática.
- Admirable; dije, evitando hablar de más, pero invadido por el pesar y la decepción de mí mismo. Aquel hombre, que me ha pillado en el acto, empotrando a M en el fregadero; ese sujeto que se masturbó y se vino desde el jardín al tiempo que nosotros en la cocina, era tan humano, si es que no más que yo; al menos él quería progresar con el estudio mientras yo desperdiciaba mi cupo en la universidad marihuaneando.
- ¡Qué bah! -- dijo el señor R arrugando el entrecejo -- Me tuvo escuchándole sus lloriqueos toda la tarde porque no entendía nada, yo le ayudé con lo poco que recuerdo de la escuela, y vea usted, ha dejado los apuntes tirados y se ha perdido quien sabe dónde, menudo gilipollas, porque no ha salido en ningún momento de la unidad.
- ¡Hace lo que puede! Respondí gruñéndole al señor R.
- Disculpe usted señor – dijo R mirando el piso – habla uno sin pensar, siga usted bien pueda.
- No hay problema – dije en tono seco – Buena noche.
Avancé hacia la torre, indignado aún por la queja del vigilante, no sin cierto regodeo por la disculpa «he puesto a ese imbécil en su lugar» pensaba mientras me dirigía a la torre. Ahora soy un viejo tonto, sin embargo, quisiera pensar que ya no tanto como en aquel entonces.
Llegué a la torre y me planté frente a la puerta, saqué mi llavero e intenté abrir; cochina maría, estaba tan trabado que no atinaba con la llave, ignoro cuanto tiempo habré batallado con la cerradura. Ingresé al piso, las luces de la sala estaban todas encendidas, el equipo de sonido a medio volumen con la emisora de salsa; en un pequeño plato había un limón partido a la mitad, exprimido sobre la mesa de centro y acompañado por dos colillas de cigarro; indicios vagos de una reunión.
- ¿Hay alguien en casa? – pregunté a viva voz.
- ¿P, eres tú? Salgo enseguida.
Me dirigí hacia mi habitación para dejar las cosas, debía de cruzar entre la sala y el comedor hacía un zaguán en el cual estaban dispuestas las puertas de las alcobas; la mía era la última de las cuatro entradas, al fondo; sin embargo, M me cerró el paso desde su habitación la cual quedaba junto a la mía; lucía un vestido azul rey adornado con girasoles el cual definía perfectamente la silueta de sus piernas musculadas y cintura de avispa; la chaqueta de jean y el par de sandalias que llevaba puestas transfiguraban está mujer madura a sus años mozos, lo cual fue un deleite para mis sentidos; de golpe se abalanzó sobre mí.
- No he dejado fantasear todo el día con vos, decía mientras mordía mi cuello y rasguñaba mi camisa.
- Ha sido un día difícil; respondí entrecortado, debatiéndome entre la pena del día y el deseo que esa hembra hacía brotar de mi ser, la mujer de personalidad tímida y mojigata ahora dejaba ver su hambre como la perra más brava de la jauría, señora de mi deseo, heraldo del fin.
Me llevó de la mano hacía la sala y nos sentamos en el sofá, era difícil dominarme, mi verga ya no era mía y se anticipaba a la poca voluntad tenía; reducido a una abeja exploradora que baila alrededor de la boca de una venus, que abierta, espera pacientemente un descuido; estaba seducido por la fragancia de M. De pronto escuché unos ruidos, provenían de alguna de las habitaciones del fondo, es decir, la de F y J o la mía, que daba justo en frente a la de los muchachos, esto último me resultaba imposible ya que al menos mi alcoba permanecía siempre cerrada y las de los demás, también.
- ¿Qué fue eso? Pregunté exaltado, el sonido me pareció semejante a pasos.
- Relájate; dijo, ya sentada encima mío y con una mano en mi rostro - tenemos el piso para nosotros solos. Su otra mano poco a poco deslizaba parte del vestido, descubriendo su pecho izquierdo.
Que decir de esos maravillosos senos, bronceados, definidos y bien parados como un ejército dispuesto a rematar al enemigo; abandonado a su encanto, recorrí sus mamas con mi lengua, dándole fuertes apretones con mis manos siguiendo con chupadas suaves y alternando a potentes mordidas; sus ojos, que blanqueaban de a tanto, daban evidencia del goce que le proporcionaba a ese par de ubres. Deslicé mis manos por sus hombros para quitarle su chaqueta de jean cuando un pequeño movimiento al final del zagúan captó mi atención, un destello veloz de color amarillo dentro de una silueta negra se desplazó de izquierda a derecha, de mi alcoba a la del frente; semejante al de los sátiros de mi traba salvaje en la universidad, mi cuerpo se paralizó.
- ¿Estas bien? Preguntó llevándome de la mejilla al encanto de sus ojos.
Las palabras se escapaban de mi boca.
- ¡Ja! ,Dijo con una pequeña risa picaresca mientras se cogía los pezones para mantener sus tetas duras -- tienes que cambiar de camello.
La muy hija de puta se había dado cuenta de mi problema con la maría, vaya uno a saber hace cuánto tiempo sabía que la consumía; en ese instante me podían más las vísceras, la máquina estaba arrancando y usando como combustible las fantasías más turbias y vacías respecto a lo que podría experimentar sexualmente con una hembra tan fina, madura e indiferente a las drogas y el vicio.
- Vámonos a la alcoba, quiero esa polla, dijo M mordíendose los labios, cada gesto estaba fríamente calculado.
Jadeando como una fiera, fui detrás de ella, con sutiles empujones a su habitación, ella me correspondía acercando sus nalgas a mi cadera y controlando mi ansía usando uno que otro beso perdido, apenas recuerdo haber notado que la puerta de la alcoba de F y J estaba abierta y la mía permanecía cerrada; como nada más importaba, nos metimos en su pieza sin mente, me tenía como un animal rabioso. Ella atrancó la puerta con llave y la corrida inició.
Continúa...
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales