Mensajes

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           Supongo que todos hemos soñado con recibir un mensaje que nos diera fuerzas y brillos en nuestras vidas. De adolescentes pensábamos en amores posibles o imposibles. Ya más mayores nos metimos en la vorágine de los correspondientes oficios y nos introducimos en universos profesionales con éxitos o fracasos en forma de decisiones que venían de manera escrita u oral. Unas veces captábamos lo que ocurría, y otras no tanto. Los lenguajes precisan hábitos para su correcta interpretación.

           La vida es un amasijo de comunicaciones que intentamos ordenar en ese caos que nos desune para que el proceso o procedimiento nos conduzca por aspiraciones más o menos sinceras en pos de una comunicación espiritual. Todo es una pura contradicción, y, sobre todo, ello se nota en el análisis de cuanto nos sucede, que no siempre observamos igual. Recordemos que el conectar es básico para fomentar las mejores relaciones, para incrementar los resultados, para ser personas en definitiva, para dulcificarnos en nuestra humanidad, para avanzar y ser lo que deseamos en ese punto de equilibrio que nos permite superar la fricción. Los mensajes están ahí, pendientes de ser descifrados.

           La búsqueda de un fin, de una salida, de una ilusión, es consustancial a la existencia misma. Queremos dar con ese punto que nos justifica, que explica lo que fuimos, lo que somos y que nos indica cuanto podremos ser en el futuro. Desbrozar las claves es casi una obligación cotidiana.

           Hay milagros en nuestro entorno que perseguimos todos los días, y, precisamente en esa incesante carrera, a menudo nos bloqueamos y no los vemos. Es un poco antitético, pero así es. Hemos de aplicarnos remedios de calma, de sosiego en la mirada, de pretensiones colmadas de aprecio y de buenos hábitos. Es, esta postura, la baza más segura para saber qué hacer en cada etapa. Mejorar en el interior y la máxima entrega en cuanto emprendemos nos han de invitar a progresar con costumbres señeras y con una escuela de consideraciones nobles. Esas actitudes contribuyen a aumentar los mensajes de paz y de conocimiento que dan la justicia y, por ende, la felicidad individual y societaria.

           Las relaciones humanas se basan en interacciones, en comunicaciones de ida y de vuelta, en retornos de experiencias y con hechos con los que progresar en el día a día. Es fundamental que, ante los cambios y transformaciones, seamos capaces de acercarnos a lo que ocurre, de interpretar posibles soluciones, y de consolidar nuestras actividades con intereses objetivos y subjetivos. Es crucial que, para soslayar los problemas, tengamos datos, mensajes suficientes, con los que imponer astutas opciones existenciales.

Averiguar las claves

              La vida está repleta de intentos, de hechos, de circunstancias, de medidas y de escenarios con los que podemos diseñar propuestas que han de plantearse desde la sinceridad. Ésa es la senda, creo que la única factible. Necesitamos averiguar las claves que abren las puertas de la sabiduría, que no es únicamente un acopio de ideas.

           Por otro lado, hemos de movernos con el corazón a la escucha, con los ojos abiertos para que los mensajes que nos rodean, a menudo en forma inexplicable, no pasen desapercibidos. Hemos de otear intensamente para ver de verdad, para escrutar lo que acontece.

           La naturaleza humana está colmada de creencias y de disposiciones con las que incrementar las satisfacciones y las alegrías, que hemos de compartir de modo alternativo y procurando completar el círculo del corazón y de la razón. Salgamos de la cárcel de los tópicos, de las negativas a las experiencias reales, de los elementos establecidos, de los parangones que no nos llevan donde queremos…

Hay mensajes en botellas, como reza la canción, esperando ser abiertos. Tengamos presente que los contenedores de estas misivas pueden ser de diferente tipología. Tampoco debemos olvidar que esos contenidos los hemos de poner en práctica, o, de lo contrario, no tendrán dirección genuina. Quizá nos debamos repetir esto más de lo que pensamos.

Juan TOMÁS FRUTOS.


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