INFECTO (2 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 18/09/2023, clasificado en Terror / miedo
479 visitas
Estaba hermosa. Llevaba puesto un vestido rojo más escotado que lo que a su padre le habría gustado y más corto de lo que su madre habría preferido. Tenía un brillo en sus pómulos llenos de vida, y su mirada felina me hacía desear saltar por encima de la mesa, atravesando los platos con comida solo para morir besando su carnoso labio inferior. Dormimos juntos a pesar de que para sus padres no estaba bien visto que su hija, apenas mayor de edad, invitara a un muchacho a pasar la noche, pero ella les había dicho que yo era el indicado y que estaba enamorada de mí. Ni siquiera yo podía creer mi buena suerte.
A medianoche comenzamos a besarnos y ella se quitó la ropa. En mi estado yo ya comenzaba a temer no lograr mantener una erección, pero la belleza de Katherine habría alzado hasta a un cadáver de su tumba.
Se puso encima de mí, haciendo que mi corazón se acelerara en un instante. Creí que iba a perecer por asfixia, ahogado entre sus senos, lo que habría sido una maravillosa manera de morir. Luego comenzó a moverse con una fuerza admirable. Sus muslos saltaban sobre mi pelvis al punto de provocarme dolores en los genitales; pero era un dolor agradable, porque mientras lo hacía, yo me perdía en sus ojos en blanco y en sus gemidos que eran como el canto de una sirena. Hicimos todo lo que habíamos hecho en otras noches y hasta algunas cosas nuevas. Pasamos juntos dos horas admirables que no olvidaré mientras viva. Incluso rompimos la cama, literalmente. Bueno, al menos se aflojó una de las patas.
A la mañana siguiente la luz del sol me acarició el rostro y desperté de buen humor por primera vez en mucho tiempo. Miré entonces a mi alrededor, pero no pude encontrar a mi amada.
Me vestí, tomé el pantalón que estaba sobre la mesa, y entonces vi los resultados de unos estudios médicos. Hoy me pregunto si habría sido mejor contener la curiosidad.
En ese momento Katherine ingresó a la habitación:
–Por fin despertaste –dijo–. Iba a preguntarte si querías café.
No pude emitir sonido. Solo la miré boquiabierto mientras sostenía la carta, que temblaba en mi mano.
–Perdóname por haberla leído –dije al fin.
–No te preocupes –dijo ella–. De todas maneras, tenía pensado contarte todo. Tengo una enfermedad que no tiene cura, pero me he estado cuidando y siguiendo un tratamiento; por el momento parece que los síntomas no están avanzando. No es contagiosa; es algo genético.
La carta con los análisis cayó al suelo. No podía moverme, estaba petrificado frente a Katherine mientras ella continuaba hablando:
–Mis padres no padecen de lo mismo. Verás, fui adoptada. El apellido de mi familia biológica es…
No la dejé terminar. Salí corriendo mientras ese nombre maldito se vaporeaba detrás de mí.
Corrí las diez cuadras hasta mi casa e ingresé con el corazón a punto de partirme el pecho.
Subí las escaleras mientras mi débil sistema respiratorio solo producía sibilancias, y al cruzar el espejo del pasillo me vi peor que nunca.
Mis ojos estaban irritados, y noté que mi frente estaba descamada. Me toqué el cabello y un mechón quedó pegado a mi mano, junto con sudor y una extraña oleosidad.
Entonces vi a mi madre en su habitación y le pedí que me contara más sobre mis orígenes. Cuando terminó de decirme lo que sabía, lo entendí todo.
En mi familia biológica había algo maldito; una enfermedad que se había transmitido por generaciones. Se trataba de un gen recesivo, como en la mayoría de esos padecimientos, pero la endogamia había mantenido e intensificado la afección.
Me dieron en adopción para evitar que yo siguiera en ese ambiente plagado de pecado, en esa casa donde la vida mata a la vida, donde la decadencia humana adicta a monstruosas orgías iba a infectarme sin remedio.
Mi madre biológica no solo quiso salvarme a mí, sino también a mi hermana melliza, dándonos en adopción a familias distintas con la esperanza de que jamás nos conociéramos, porque sabía que el incesto estaba en nuestro interior, porque no éramos más que una abominación en potencia. Pero Katherine y yo logramos lo impensado.
No fue casualidad, fue una fuerza como ninguna otra la que nos atrajo, y solo bastó con una mirada para que nos enamoráramos perdidamente. ¿Quién habría imaginado que éramos mellizos?; cuando nos dijimos nuestras fechas de cumpleaños creímos que se trataba de una prueba más de que estábamos hechos el uno para el otro.
En los dos estaba presente la misma enfermedad, pero Katherine había comenzado a tratarla desde los primeros síntomas, por lo que aún lucía saludable. Pero yo no quiero curarme.
Prefiero dejar que mi afección termine de consumirme. Quiero dejar de cargar con esta sangre viciada, corrupta, infecta de enfermedades que no tienen cura. Quiero acabar para siempre con este dolor que arrastro y así no se siga propagando. Deseo alejarme del mundo mientras recorro el inevitable camino hacia la muerte, rendido a la espera del día en que mi estirpe maldita arda por fin en el infierno.
.
FIN
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales