Hemos creado un mundo de plástico. Una masa amorfa que avanza inexorablemente; destruyendo el pasado, creando un presente despiadado que se convertirá en un futuro en el que nadie desearía vivir.
Los paisajes naturales dan espacio a las enormes ciudades. Allí jugamos a un juego sin reglas, sin códigos, perdiendo de vista incluso nuestro objetivo. La verdad es que solo buscamos aire, que nunca será suficiente, pues ese poco aire está contaminado.
Algunos respiran aires más puros: reyes y reinas de plástico aislados en castillos de plástico. Sus famas son efímeras, de segundos quizás. No merecen mucho más; sus obras no tienen corazón y, si los tuvieran, serían de plástico.
Yo trabajo todo el día en una oficina, entre paredes de plástico, rodeado de formularios que nunca leí para aprobarlos con sellos de plástico. Todos los meses me dan un sueldo miserable, aunque nunca veo el dinero. Me pagan en plástico, pues no me sobra nada tras amortizar las cuotas de mis tarjetas de crédito.
El único modo de saldar mis deudas sería muriendo, y que mi familia cobrase la prometedora suma del seguro. Pero la compañía de seguros también es de plástico; del mismo plástico del que están hechos todos mis acreedores. Camino en sentido contrario a un mar de personas de plástico. Que no me miran, que no me oyen, que avanzan apuradas al unísono mientras chocan contra el suelo sus zapatos de plástico.
Llego a mi casa de noche y veo a mi esposa acostada. Ella no quiere hablar, yo no deseo oír más mentiras. Su boca es de plástico, sus tetas también. Hasta sus nalgas son de plástico.
Me acuesto a su lado tras un gran esfuerzo, pues mis rodillas y codos no son movibles. Es tarde ya, apago el televisor, cierro mis ojos de plástico y finjo que estoy dormido.
Autor: FEDERICO RIVOLTA
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