Hoy estoy dicharachero quizás porque contemplo la vida en positivo.
De niño lo tenía todo regalado, mi madre me tuvo con un tío mayor, rico y colado hasta las trancas, pero como ella era de armas tomar, le tenía a dietas de follar y andaba con exigencias de todo tipo, hasta que agotó su paciencia y nos mandó a la puta calle.
Mi padre era hombre de bien y nos pasaba una asignación de alimentación de la que vivíamos razonablemente, pero mi madre se negaba de forma sistemática a que me viera y terminó también por perder su apoyo económico. A partir de ahí entramos en dificultades, porque, aunque encontraba trabajo fácilmente por su buen porte y su disponibilidad para cualquier trabajo, al no transigir en los extras con los jefes estos se hartaban de sus límites y la finiquitaban. No obstante, siempre tenía algún tipo rondándola y dispuesto a ayudarnos a cambio de ciertas licencias. En situaciones de apuro accedía, pero de seguido comenzaba con sus exigencias y restricciones y vuelta a empezar. No me respetaba mucho en cuanto a recato y cuando ligaba no se andaba con miramientos conmigo, era fogosa y determinante en la cama, recuerdo que traía a los tíos a casa, siempre más jóvenes que ella, se metía en su habitación y al poco, comenzaba con los jadeos, gritos y términos subidos de tono alentando al tipo de turno a hacerle guarradas o a que la llevara a la locura. Después de estas sesiones salía muy amable y satisfacía todos mis caprichos.
Cuento esto porque su especial forma de vida, su sentido del sexo y las penurias me convirtieron en un superviviente nato, como, además, salí con su porte y un buen atributo, desde muy joven ya tuve a mi alrededor una corte de pretendientes dispuestos a premiar cualquier avance venéreo conmigo. En un abanico de opositores a mi virilidad entraron profesores, madres de amigos, compañeros de estudio y luego de trabajo. En suma, me sentía asediado pero contento, me hice un experto en hacer concesiones a medias, aprovechar al máximo las situaciones y hacerme valer. Advertí que todo esto complacía a mi madre, que no se privó de darme sus propios consejos, me decía, aprovecha tus dones y disfruta de ellos, pero si es en plan favor sólo cobrando.
También al igual que ella encontraba trabajo con facilidad, pero estos duraban poco, enseguida venían las proposiciones más impropias o descarnadas.
Avelina, una abogada de reputación me contrató para servicios externos, recién cumplía los 18 y era un potro en vitalidad, me presenté al puesto con un amigo, éramos cinco aspirantes, entré el segundo y conmigo terminó la selección, no me dejó marchar. Esa misma mañana me tuvo en su despacho haciendo cambio de libros de un estante a otro.
En los días que precedieron, aunque debía salir a la calle para las gestiones externas, sólo lo hacía por orden suya expresa. Todo el tiempo me tenía de aquí para ya, no podía perderme de vista. Yo la vivía acosado dada su familiaridad y confianza que acompañaba con roces e insinuaciones incómodas. El trato cercano me resultaba horrible por su halitosis e intentaba eludir el frente a frente y ella lo aprovechaba para introducirme lateralmente entre sus piernas, entonces sudaba y me transmitía un bochorno insufrible. Intentaba ser amable y no aparentar distanciamiento porque el sueldo me proporcionaba un ir viviendo con normalidad, mi madre trabajaba en una mercería y con el sueldo de ambos nos arreglábamos. Avelina, un día entró en efervescencia, llevaba tiempo deseando más y mis esquivos la volvían loca, aprovechó la posición, me apresó por detrás en el hueco de su mesa y metió lujuriosa su mano por debajo apresándomelo a la vez que comenzaba a temblar de emoción, estaba tan salida que metió también su cabeza y sentí el calor de su boca lamiéndome bajo el pantalón, emitía sonidos de estar con el sentido perdido y más cuando sintió mi respuesta natural e involuntaria. Se puso entonces en una postura inverosímil, sentada en el suelo y colocando la cabeza de frente entre mis piernas, se afanaba en sentir todo mi potencial, intentó liberarlo pero era una misión imposible, sin mi ayuda no lo conseguiría, en ese instante pensé como mi madre y le habría soltado un bofetón que le habría desencajado la mandíbula, pero como soy más reflexivo que ella opté por la prudencia, en segundos solté la correa, baje la cremallera y el slip y Avelina comenzó a chuparme enardecida y frenética, nunca se imaginó esta escena así porque emitía sonidos de un placer supremo. Cuando me la puso a tope comenzó histérica a restregarse con su mano la entrepierna, metió los dedos debajo de las bragas y sin parar gemía emitiendo jipidos descontrolados. Presumo que esperaba recibir su buena ración de sexo, pero hasta aquí la dejé hacer, sujeté su cabeza y le follé la boca, se atragantaba, pero no deseaba que parara. En el instante que le solté todo mi potencial percibí que se abría sorpresivamente la puerta del despacho, miré y me encontré con la mirada atónita de Mercedita, una abogada joven del bufete que se empeñaba en hacer méritos y se encontraba allí de forma inesperada y no tuvo otra ocurrencia que venir, a saber, por qué, al despacho de la jefa en momento tan inadecuado. La cara con el gesto descompuesto de su admirada jefa con la boca desbordada de contenido no se le borrará fácilmente de la mente. Avelina no tuvo este ingrediente perturbador al encontrarse de perfil y supongo que a partir de ahora le extrañará la relación que se suscitará en la otra y que le llevará de seguro a la perplejidad.
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