La asustada gacela temblaba cuando fue llevada ante el Rey. Éste tenía fama de ser justo y comprensivo, pero al fin y al cabo, no dejaba de ser un león. Con suave voz, pero con mirada de acero el gran felino le preguntó:
-Pequeña, ¿por qué cruzaste los límites del Territorio Sagrado de las Gacelas? ¿Acaso no tienes aquí pastos verdes donde alimentarte y agua fresca?
-Si señor.
El Rey, pensativo, se la quedó mirando, no comprendía cuál podía ser el motivo por el cual esa gacela obvió la orden tácita que existía desde que el animal era animal. Necesitaba saber por qué, de entre todas las gacelas, ésta la desobedeció.
Ante el mutismo de la hembra, continuó.
-¿Te perseguía algún animal de otro territorio? ¿El rey vecino te ofreció hierba más fresca? ¿Árboles con mejor sombra?
-No señor.
-Gacela, no tientes a la suerte. -Perdida toda paciencia, el Rey rugió: ¡EXPLÍCATE!
Sin dejar de temblar ante su rey, la pequeña gacela dijo simplemente:
-Seguía a nuestro amado dios del viento, señor, y sé que él no pondría jamás límites a mis patitas.
©Serendipity
****Un guiño a Gustavo L. Ruíz, maestro de las fábulas.
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