Paisajes celestes

Pensaba que era congénito mantener avivadas las dudas en horas moribundas, pero con un serio esfuerzo puedes encontrar alguna respuesta volátil. Aquella que se enconde entre todas las certezas por desentrañar.

Poco a poco, con la constancia de quien lo entienda, insuflo una acometida de una decisión firme, una que tal vez sea prematura entre la oscuridad y todas las mudas de los cielos.

Así despierto un arco iris en ciernes, prófugo de lluvias y que de forma anticlimática despertará con el primer rayo de luz, en un extraño juego celeste. Así saco a relucir los colores, los saco fuera. Olvidé fácilmente que más allá de los nubarrones se encerraba el firmamento en su vaporosa cárcel.

Al final la noche parece ser el espectro favorito de un artista vespertino, un juego de luces bajo una sabana negra, un lienzo ennegrecido con el que practicar algún dios su particular puntillismo de blancos y negros. Porque hasta la cúpula del cielo teme anidar en la plena oscuridad. Tal vez por esa razón lanza a espuertas guiños entre puntos suspensivos celestes… Mientras los de abajo conjeturamos enigmas irresolubles entre disputas de claroscuros áereos, todo queda diseminado entre tantas fuerzas ocultas.

Y nosotros sentimos la extraña necesidad de mirar arriba, ya sea de día, de noche o en plena tormenta, algo nos dice el cielo a todas horas. Quizás sea un sueño perpetuado mirando la inexpugnable esperanza que mora más allá de las lluvias. O simplemente… que nos justa coleccionar en nuestras retinas paisajes nubosos que mutan con los vientos. Mientras todas estas esculturas de celeste vapor y puntos salvajes patrullan sin mirar abajo con sus extrañas formas…

Algo conecta con nuestra íntima escala humana cuando lanzamos un vistazos a esos mundos por colonizar, esos lugares quebradizos ante nosotros, icaros sin alas.

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