Hoy parece un buen día para recordar quién soy. Más allá de enmarañadas mascaras, renunciar a las frágiles y obvias capas, aquellas que como el cristal suponen una frágil protección del mundo exterior y acaban casi siempre cortando. Desde ese peculiar lugar dan la sensación de poder ver el mundo desde una zona de confort, incluso segura, pero en el fondo son una sofisticada prisión.
Una cárcel frágil, pero inmersiva, en la que con facilidad nos adentramos. Son esas pequeñas mentiras las que nos creemos fácilmente, casi como un anhelo o una búsqueda de "algo" que podría ser un ambiguo sueño. "Eso" que con cada paso que damos se aleja un poquito más, a modo de brújula o estela.
Sin embargo, todo puede ser un engaño de nuestra mente, maniatada frente al corazón caprichoso. Es fácil sobrecogerse ante el placer, rendirse ante él, sobre todo si viene acompañado de lo inmediato. Pero tan fácil como viene suele irse, siempre efímero; pese a todo deja un hueco volátil en nuestra almas.
Casi siempre-al menos en mi caso- una percepción extraña de "nosotros" mismos es el resultado de este baile de identidades, en balde intentamos recordar quién era "yo" entre cambios prematuros, que pocas veces son definitivos, aunque así lo parezca.
El ser humano tiene margen de maniobra, puede decidir prácticamente siempre, ese es el regalo y la condena de la libertad, a veces nos dejamos tentar por un destino guiado por otros, entre extrañas sendas de elecciones relegadas por otras voluntades. Da vértigo pensar cuanto nos adentramos en la vida que nos han construido, en vez de poner ladrillo a ladrillo nuestra propio edificio.
Sí, es cierto, puede ser más ambiguo, o de difícil construcción, pero solo así podemos sentirnos en nuestro propio hogar. Cuando cedemos hay una parte de falseamiento, otra máscara que añadir a una larga lista de carnavales forzados en vidas nihilistas.
Ponemos tanto esmero en parecer otros que casi siempre perecemos siendo estadios prematuros, tras nuestra actuación vital solo queda un cadáver. Unos despojos existenciales que serán relegados por el olvido salvo escasas excepciones.
Nuestro único público serán los corazones nobles que nos recordaran pese a todo y unos extraños gusanos profanos a nuestra existencia, pero especialista en profanar la carroña. Como una fiesta llena de desconocidos debemos andar a tientas, a pesar de toda las tentaciones de prometedores novedades, que luego se disuelven en nada y en el peor de los casos de promesas rotas.
No hay ninguna tienda donde comprar amor, amistad o familia. Y aunque nos juran la eternidad, a veces son bienes perecederos. Aún así hay que intentar canjear momentos y recuerdos juntos en un extraño trueque, cuya divisa es el tiempo que nos resta. Nunca se sabe y esa una es una de las incógnitas que dan un sentido sin dirección a la vida. ¿Quién se quedará en la travesía? ¿Quién será digno de ver mi cara?¿de ayudarme arrancar las más profundas caretas de mi ser? Solo cuidando los vínculos y atreviéndose a vivir se puede extraer una propia respuesta.
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