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EL NIÑO DE LA BURBUJA (1 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 28/10/2023, clasificado en Terror / miedo
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La primera vez que lo vi yo aún era una niña. Su madre era amiga de la mía, y un día fui a conocerlo:
–Él tiene tu edad, Lucille –dijo mi madre mientras manejaba.
–¿Y por qué nunca vino a casa?
–Porque… es especial.
Yo iba en el asiento de atrás, quise entonces verla en el espejo, pero ella bajó la mirada. Luego de eso no volvió a hablar en todo el viaje.
La casa era grande, con un parque cuidado y rodeado de árboles. Entramos, pero él no estaba allí, de hecho, aquel no parecía ser un hogar donde viviese un niño. Los muebles eran antiguos y todo estaba lleno de adornos. Mi casa no era así; siempre estuvo llena de juguetes tirados por todas partes.
La mujer nos sirvió te. Era viuda, y se la notaba muy contenta de tenernos allí. En un momento incluso comencé a sospechar que hubiese mentido que tenía un hijo, pero entonces me invitó a conocerlo:
–¿Quieres conocer a Christian? –dijo al fin– Sube por las escaleras. Está arriba, en su habitación.
El día estaba soleado, y con aquel enorme parque mi madre me habría sacado de los pelos de no haber salido a disfrutar del aire libre. Pronto supe que él no salía al aire libre como la mayoría de nosotros, porque él no era como la mayoría de nosotros.
Al ingresar al dormitorio me topé con una tela plástica transparente, como esas que usan en los hospitales; la habitación entera parecía una burbuja.
Christian estaba sentado en medio, y entonces nuestras miradas se cruzaron.
–Hola –dijo–. Me llamo Christian.
Lo dijo en un tono de lo más corriente, como si no nos separara una tela plástica, como si yo no estuviera presenciando uno de los momentos más extraños de mi vida.
Jamás conocí a alguien como él. Christian era calvo, y tenía la piel muy blanca. Sus ojos se veían pequeños, como si la luz lo dañara.
–Soy Lucille –dije. Y entonces me regaló una hermosa sonrisa.
Comencé a ver todo lo que tenía en la habitación: su computadora, sus estantes repletos de libros…, pero enseguida me interrumpió.
–¿Te gustan los juegos de mesa? Los tengo todos.
En unos estantes cerca de mí había unas cien cajas de juegos. Del otro lado del plástico, otras cien cajas idénticas parecen estar ubicadas a modo de espejo.
Jugamos durante horas, y él ganó todas las partidas. Era un excelente jugador, en especial en el ajedrez.
–Juegas muy bien –dije.
–Gracias. No tengo mucho que hacer aquí más que leer y aprender cosas nuevas.
–¿Por qué estás aquí?
Me explicó entonces que tenía una extraña condición que no le permitía salir y tener contacto con otras personas.
Pasé todo el día con aquel niño, y al llegar la hora de irnos deseaba quedarme.
No le pregunté nada más sobre su enfermedad, no por evitar incomodarlo sino porque estaba tan entretenida que llegué a olvidar incluso que estábamos separados por un plástico. Luego leí acerca del síndrome de los niños burbuja, una condición genética que afecta el sistema inmunológico. Quienes la padecen son vulnerables a todo tipo de infecciones por lo que, mientras reciben tratamiento, deben permanecer aislados sin poder vivir en un entorno normal. Claro que no vi a otros que también fuesen calvos como él, y entendí que estaría en un estado avanzado, un caso extremo quizás.
Me habría gustado encontrarme con él otra vez, pero una semana después mi padre obtuvo un ascenso en la empresa en que trabajaba y debimos mudarnos a otra ciudad, por lo que no volví a ver a Christian.
Los años pasaron y me convertí en una adolescente, olvidando por completo a mi amigo y a su enfermedad, pero un día nos mudamos con mi familia otra vez a nuestro viejo pueblo.
En la escuela me sentí una extraña, hasta que un día me invitaron a una fiesta. Era en la casa de Erika, la chica más popular del colegio.
Nunca me sentí cómoda en esas reuniones, soy de las que prefieren los grupos reducidos; no más de dos o tres personas.
Recuerdo a Erika sujetándome del brazo, obligándome a bailar y presentándome muchachos. Poco a poco, los vasos de alcohol que me convidaba ayudaron a que me soltase.
Se hizo tarde, y todos comenzaron a irse. Al final me quedé con Erika, su novio y un amigo de él. Creo que yo le gustaba, pero no era de mi tipo.
Fuimos a un depósito de herramientas que tenía en el fondo, y nos quedamos despiertos a la luz de una linterna relatándonos leyendas urbanas. En un momento el novio de Erika contó una historia de terror:
–Hace mucho tiempo, cerca de aquí, vivía una familia con mucho dinero. Luego de que sus padres fallecieran, dos hermanos heredaron toda la fortuna. Comenzaron a vender poco a poco todas las propiedades, pero aún conservaban las más valiosa: una enorme estancia con una mansión en medio. Un día los dos discutieron por su venta hasta que uno cayó al suelo y se golpeó la cabeza contra una mesa, muriendo al instante. El otro tenía problemas de alcohol y apuestas, y sabía que, si decía que aquello había sido un accidente, nadie le habría creído, por lo que decidió guardar el secreto. Lo enterró en un lugar apartado de la casa, y mientras lo hacía, notó que un cuervo lo estaba observando desde un árbol. Intentó echarlo, pero el pájaro no se fue, y entre el apuro y el cansancio, se le cayó el reloj, que terminó enterrado junto con su hermano. No era un reloj cualquiera; era enchapado en oro con sus iniciales grabadas, igual a otro que tenía su hermano muerto. A partir de ese día el cuervo lo siguió a todas partes, acechándolo, incluso entrando en su dormitorio por las noches hasta el punto de volverlo loco. Poco después el hombre consiguió un comprador para la mansión y, como nadie pudo ubicar a su hermano, lo dieron por desaparecido y logró vender la propiedad. Pero al momento de firmar las escrituras, el ave entró en la oficina por la ventana y dejó caer algo sobre la mesa, algo que salpicó todo de tierra y sangre; el cuervo había desenterrado su reloj y el de su hermano asesinado, revelando su secreto.
Contaron entonces más cuentos; de asesinos, monstruos, héroes y villanos. Yo no conocía muchas historias de terror, pero ante su insistencia solo se me ocurrió hablarles acerca de Christian.
...
...continúa en la segunda y última parte...
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