En los años 60 del siglo pasado, Gabriel Hernández que era un adolescente que vivía con con su familia en Palencia capital (Castilla la Vieja), el cual a tenor de la devoción religiosa de sus progenitores estudiaba en una escuela de frailes, éste a pesar de que veía que en su clase había algún que otro chico rebelde, siempre fue un alumno tan diligente como disciplinado cuya asignatura preferida era las Maemáticas. Esto se debía fundamentalmente a que Gabriel era una persona muy dócil, práctica y adaptable al medio que le había tocado vivir, por lo que nunca ponía en tela de juicio el sistema educativo que se le imponía. Pues su vida oscilaba entre su obligación de estudiante y la diversión con sus amigos de su misma edad haciendo meriendas sin fin ya que ésta era la costumbre social de su lugar de origen; y sobre todo el deporte, especialmente el fútbol, dado que para él lo más importante en la vida era la competición en cualquier ámbito de la existencia para así poder llegar a ser el ganador; el mejor de todos los participantes en cualquier actividad que le saliera al paso.
Cuando un día cualquiera Gabriel llegó a su casa, tras hacer la tarea que se le había encomendado en el colegio religioso la familia se dispuso a ver las Noticias en la televisión, y en ella salió el ministro tecnócrata de Industria del viejo Régimen apoyando un óptimo Plan Económico para el país que según él mejoraría las condiciones de vida de la población. Este sujeto utilizaba en énfasis críptico, anguloso por lo que parecía que sólo hablaba para una minoría selecta de la ciudadanía y casi nadie lo entendía. No obstante la familia de Gabriel impresionada por la grandilocuencia de aquel ministro lo escuchaba con gran veneración llevada por un inconfesado temor reverencial, puesto que para eso el alto funcionario público era un representante de la máxima autoridad.
- ¡Que bien habla este ministro - comentó el padre de Gabriel con admiración.
- Sí, si que es verdad... Habla muy bien - corroboró su esposa.
En el transcurso de los años Gabriel Henández eligió la carrera de Economía y como no tan sólo era un buen sujeto y muy adaptable, sino que además era un excelente economista, entró a trabajar en una filial de una multinacional inglesa ubicada en Barcelona. En sus principios Gabriel que enseguida se dio cuenta que el ambiente de la ciudad catalana era muy diferente que el de su región natal o el de Madrid donde se vivía a pie de calle; pues la gente de Barcelona era muy introvertida; o muy encerrada en sí misma, se sintió bastante solo dado que él era un tanto pusilánime y estaba muy lejos de ser un hombre mundano. Sin embargo un fin de semana fue a una fiesta que se celebraba en la Facultad de Química, y allí conoció a una joven de cabello y ojos castaños llamada Carlota cuya locuocidad le llamó poderosamente la atención, ya que el ambiente de su familia era muy sobrio y carente de espontánedad. Y a pesar de que a ella aquel joven no le hacía ni frío ni calor y le parecía que era muy "soso", como también por su parte se sentía algo sola, pues la soledad une a las personas, Carlota cedió a salir con el economista de Castilla dando lugar a que al cabo de poco tiempo ambos decideran formalizar su relación y posteriormente casarse.
Carlota era una mujer de clase media, que en aquella época había sido educada para ser una ama de casa; encontrar un buen partido que la pudiera mantener y tener hijos. Mas para ella lo más esencial era identificarse con sus posesiones; ser una señorona en función de las mismas y así mantener las apariencias ante los demás. "En mi matrimoio todo va bien; es perfecto" - solía decir a sus amigas-. Por otro lado no le interesaba en absoluto profundizar en nada, ni interesarse por el mundo interior de sus semejantes; puesto que para ella esto no dejaba de ser músicas celestiales y todo lo reducía a una simple opinión; es decir que para aquella pareja el ser alguien anodino era sinónimo de ser práctico y buena persona, porque lo importante era centrarse en lo que se toca y se ve. Por este motivo su hermano que era un tipo más complejo que ella no se atrevía a contarle gran cosa de su modo de pensar porque temía que la mujer lo rechazara bruscamente; como si él perdiera el tiempo con tonterías que no daban rentabilidad alguna. Por tanto se diría que aquel matrimonio que lo máximo que leía era el periòdico del día, y ya tenía tres hijas daba la sensación de que vivía encerrado en una urna de cristal al margen de los avatares sociales que solían ocurrir a su alrededor.
Gabriel Hernández que en su lugar de trabajo tenía fama de ser un tipo intransigente con sus subordinados, en el hogar en el que predominaba el matriarcado era todo lo contrario. Como se sentía muy agradecido por la deferencia que su esposa había tenido con él, llevado por su proverbial docilidad se había convertido en su más incondicional seguidor, sin ninguna discusión. Si por ejemplo Carlota decía que tal cosa era blanca en lugar de gris, él asimismo también decía que era blanca aunque la viera negra. A esto le llamaban de un modo eufemístico estar compenetrados.
En una ocasión la empresa de Gabriel tuvo que hacer una auditoría en un famoso Banco de la capital catalana y él fue con su equipo a aquella entidad. Entonces ocurrió algo singular. Descubrieron que en las cuentas de dicho Banco había un agujero enorme que perjudicaba gravemente la solvencia del mismo.
- Aquí ha habido un gran desfalco - anunció alarmado Gabriel a su equipo.
- Sí. Y el culpable es uno de sus principales accionistas - le respondió sin inmutarse un compañero suyo.
- ¡Pero esto habrá que denunciarlo! - respondió Gabriel.
- Ni se te ocurra. Porque este accionista que es un ladrón de cuidado, muy pronto saltará a la politica y será el presidente de esta región.
Efectivamente tan pronto como en el país hubo Democracia y unas Elecciones Autonómicas, aquel accionista de aquel Banco que había escrito libros sobre la Ética económica fue elegido presidente nacionalista de Cataluña. "¡Habrase visto mayor cinismo...!" - pensó Gabriel.
CONTINÚA
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