Estaba lleno de gente. No sabía cómo hacerlo. Miró al desconocido sentado a su lado derecho que roncaba sin cesar. Ella comenzó a sudar tal vez por los nervios. Se estaba comenzando a ahogar, apenas podía respirar, solo tenía que alcanzar esa ventana y
no lo logró.
Al instante un muchacho de pelo castaño, que parecía veinteañero se acercó a ver la joven que acababa de quedarse dormida con la mano izquierda estirada. Le preocupaba su aspecto pero no podía hacer nada por ella, su jefe le reprendería si descubría que andaba hablándole a cualquiera. De repente la muchacha se encontraba en un profundo sueño apoyada en el hombro izquierdo de su vecino roncador. Así que el muchacho optó por retirarse. Mucho más adelante, se encontraba una anciana de unos setenta años que observaba atentamente la situación ocurrida, no lo pensó dos veces. Estaba decidida a terminar lo que la muchacha había iniciado. Se puso de pie, tratando de aparentar que no le dolía su columna y se dirigió donde había ido el muchacho de pelo castaño.
Abrió la ventana del autobús que correspondía al puesto donde iba una pareja durmiendo y se regresó a su asiento después de comprobar que la muchacha abrió los ojos y miró asustada a su compañero.
- vieja, te he dicho que no te metas en los asuntos ajenos-
- cállate hombre- respondió relajadamente la anciana a su marido
- más encima son desconocidos- seguía protestando el anciano mientras abría las cortinas de su ventana
- ¡estos hombres!- exclamó la anciana a una de las mujeres que iba en el asiento del frente y miraba a la pareja mientras discutían, dedicándole una breve sonrisa.
Pero la anciana no escuchó lo que siguió diciendo su marido pues solo se lamentaba que éste no recordara que la que estuvo a punto de ahogarse en el último asiento del autobús era su propia hija.
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