LA ERA DE LOS "LISTOS" 2

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Eduardo Millet, todo hay que decirlo, se mostro muy diligente  con las tareas que le encomendaban aquel partido político. Y de ser años atrás un seguidor de la doctrina neofranquista ahora se había convirtido en un apasionado naconalista-independentista. Para aquel sujeto en aquel entonces la lengua de su territorio era el todo en la que iba implícito un soberbio fanatismo de aquel rincón del mundo que le hacía despreciar al resto del Estado Español al que acusaba de ser un opresor franquista; que venía a ser a gran escala el mismo sentimiento de superioridad que  sentía hacia quien no fuese como él.

En el aspecto práctico Eduardo se especializó en el área de Mantenimiento fijándo su atención en la limpieza de las calles y del Paseo Central de la villa, así como del cuidado de los viejos edifcios de la misma, por lo que en unas próximas Elecciones Municipales en las que volvió a ganar el partido nacionalista el "gran " hombre fue nombrado regidor de aquel departamento.

Poco después de haber tomado posesión de su cargo en el Ayuntamiento Eduardo al ir con su mujer, la cual había asumido una altiva postura por ser la cónyugue de una autoridad pública, a almorzar a un restaurante italano, se percató de que allí estaba su ex-compañero de oficina Alberto García y se acercó a su mesa para saludarlo.

- ¿Qué tal te va hombre? - le preguntó Eduardo con sorna como si éste fuese un pobre diablo.

- Bien... - le respondió Alberto con incomodidad-. Pero ya sé que tú estás muy bien situado en el Ayuntamiento de tu pueblo. Eres un político.

- Sí, ya ves. Ahora todos nosotros tenemos que unirnos para enfrentarnos contra el Estado Español que nos viene robando mucha pasta y maltratando desde el año 1714, porque somos una nación superior y más lista que toda España junta. jejeje.

 Aquella isolente respuesta a Alberto que tenía familiares de otras regiones de la Península Ibérica le ofendió en lo más profundo de su ser, pero prefirió no discutir. Lo que sí pensó que aquel sujeto era en realidad un veleta, un fantasma que cambiaba de parecer según su conveniencia. Y no se equivocaba porque Eduardo carecía de principios sólidos, el cual se dejaba llevar por los tópicos y las frases rimbombantes pero vacías de contenido; y solía llevar la contraria sea de una manera o de otra a quien le venía con sus firmes convicciones para ser él  quien tuviera la última palabra. ¿Que alguien le decía que tal cosa era ciertamente negra? Pues él respondía que era blanca. ¿Que le señalaban que dicha cosa era blanca? Él sin pestañear aseguraba que era negra.

- Pues yo ahora estoy aprendiendo un curso de ventas on-line- le confió Alberto a aquel regidor.

- Ah, me parece muy bien - expresó Eduardo con condescendencia; como si el proyecto laboral de su compañero fuera un juego de niños.

Seguidamente, el regidor con su habitual verborrea le dio un largo y aburrido discurso a Alberto sobre tecnología como si fuese un experto en la materia para demostrarle que a él nadie tenía que enseñarle nada.

-¡Pero bueno! ¡Es inaudito! Tú vas por la vida dando consejos a la gente como si los demás fuéramos unos pobres ignorantes, cuando esto no es más que un farol. Por ejemplo te haces el sabio diciendo cómo se tiene que escribir un relato, cuando tú eres incapaz de escribir ni dos líneas. Ahora aparentas que sabes más que yo de ventas on-line, cuando apenas conoces su mecanismo. Y ahora que eres político te creerás que estás por encima de quienes te rodean - le espetó Alberto irritado por la pedantería de aquel sujeto-. Pero te diré una cosa Eduardo. Llegará un día en que tu suerte puede cambiar. Y entonces ¿qué harás tú?

Eduardo envuelto en su aureola egocéntrica hizo oídos sordos de la advertencia de Alberto y se despidió friamente de él

Por otra parte Eduardo llevado por su vanidad y su temperamento quisquilloso, en el Ayuntamiento de su localidad no dejaba en paz al responsable de Mantenimiento; no dejaba de estarle casi siempre encima, incluso en sus ratos de descanso cuando éste estaba con su esposa; y no cesaba de amonestarle con frecuencia por cualquier nimiedad en su trabajo a pesar de que aquel subalterno de aquella sección supiese mejor que el regidor lo que se tenía qué hacer. El fondo de la cuestión era dejar constancia a aquel trabajador de que allí quien mandaba era él. Y claro está, aquella rígida actitud le acarreó más de un sonado fracaso en sus decisiones.

                                                                   CONTINÚA


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