EXPULSADA A LOS INFIERNOS
Por pepealva
Enviado el 06/08/2013, clasificado en Adultos / eróticos
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Mas tarde o mas temprano a todos nos llega la hora en que somos destinados a los cielos o a los infiernos. Todo depende de los pecados cometidos, así será el destino. En ambos sitios se nos otorga el don de la eternidad, en los cielos para bien y en el infierno para mal. Aunque eso no se sabe bien, pues nada es verdad y nada es mentira, depende del color del cristal conque se mira. Que se lo digan a Eva, una monja que dedicó su vida a la oración y castidad en un convento de clausura. Por un accidente dejó este mundo a los cuarenta, y contrario a lo esperado se vio en la antesala del infierno ante un comité de bienvenida.
Delante de ella, un hombrecillo, que en vida fue un picapleitos sin escrúpulos sentado a la mesa llena de papeles con todos los pecados cometidos en el mundo.
- Yo no debería estar aquí - replicó la monja- soy una sierva del Señor, debería estar en el cielo.
- ¡De eso nada, hermana!, - señaló el picapleitos mostrando le el papel de su ficha técnica- aquí dice que nada mas entrar al convento te lo montaste con la compañera de cuarto, utilizando un cirio que estaba consagrado. Te has hecho pajas casi todas las noches, y al menos en tres ocasiones has copulado como una perra con el hijo del panadero.
Ahora el hombrecillo se dirigió a dos hermosas mujeres de generosos pechos que asomaban sus pezones por encima del escote, que durante su vida fueron putas en Carabanchel.
- Desnudarla completamente e inspeccionarla.
- ¡No! ¡Por favor!, - gritó la monja- ¡Qué vergüenza! Dejadme cumplir mi penitencia vestida - suplicó.
- Si por mí fuera, te dejaría, no sabes el calor que hace ahí dentro - señalando la entrada de la cueva con escaleras descendentes hacia una oscuridad absoluta- pero las normas son las normas - insistió.
Con gesto lento y aburrido de tanto repetirlo, salió el picapleitos de detrás de la mesa para controlar la inspección. Para asombro de la monja, aquel diminuto hombre que no medía mas de metro y medio, estaba desnudo de cintura para abajo, dotado de una gruesa verga que le colgaba hasta las rodillas.
- ¡Hala! Darse prisa, que la fila es muy larga, - apremió el hombre a las putas.
Con experimentada destreza, la despojaros de sus prendas, y la obligaron a inclinarse y dejar bien al descubierto el ano y la vagina. No se pusieron guantes para inspeccionarla, pues en el infierno esta de más la pulcritud y la pureza. Con asombro observaron que del culo y del coño le colgaban dos finas cuerdas, que al tirar de ellas salieron del chocho dos bolas chinas y del culo un rosario de gruesas cuentas.
- ¡Hay que joderse las sorpresas que da esta monja! ¡Venga! Directa al ángel negro - ordenó el hombrecillo.
-¿Quien es el ángel negro? - preguntó la monja temerosa- ¿Es el mismísimo diablo? - preguntó de nuevo como pidiendo benevolencia y con el rostro desencajado.
- ¡No, no!, el diablo ya se encarga de dar por culo a todo el mundo - puntualizó el picapleitos- El ángel negro, querida, es el que la tiene mas larga - aclaró el hombre dándole unas palmaditas en la espalda al tiempo que la acompañaba junto con las putas hasta la entrada de la cueva- ¡Hala! Que el tiempo apremia.
Ante la respuesta del hombrecillo, la monja no pudo menos que mirar de nuevo la picha de este que ya medía los treinta y cinco
Las tres mujeres descendieron al infierno por aquellas escaleras sin protección a los lados. A medida que bajaban escuchaba los gritos y las risa y los jadeos lujuriosos de Sodoma y Gomorra. Al llegar a la caverna de enormes dimensiones y largura infinita iluminada con la luz roja de las llamas, observó caras conocidas.
A su izquierda, y para su sorpresa, un hombre viejo, gordo y de carnes flácidas daba por el ano a otro mas joven que se le caían las babas de la boca, pues en vida, el pobre, era el tonto del pueblo.
- ¡Padre! - exclamó la monja, pues era el cura que confesaba en el convento- ¿Que hace usted aquí? ¡Si era usted un santo!
- Pues mira, hija, son cosas del celibato, a falta de pan, buenas son tortas.
CONTINUARÁ
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