El "quierómetro".

Aquel chico me decía que estaba, aquel invierno, haciendo literatura de 19 grados centígrados- que era la temperatura a que tenía puesto el termostato. Y también decía que se tenía que idear algo parecido en materia amorosa: algo que la registrara con precisión científica.

A cuyo fin, sólo se le ocurría elaborar unos test, que pusieran orden en tema tan conspicuo, como era la determinación del amor verdadero.

La idea- señalaba- no le convencía del todo, pues era muy fácil falsificar las respuestas. Por lo que abogaba por algún utensilio con más solera científica.

Consistiría en construir una máquina capaz de registrar las pulsiones amorosas.

Para ello- proseguía- habría que utilizar algunos parámetros involuntarios; pues lo test se ofrecían demasiado al propio "self control"- concluía. Así, los latidos del corazón y el registro de no se sabía bien qué tipo de glándulas, resolverían la cuestión para siempre.

Lo único que no le veía proyección comercial a tal sistema, pues, insistía, en que cada individuo lo habría de utilizar un par, "a lo sumo tres veces en la vida".

Te imaginas la cantidad de problemas que se evitarían.