UNA GRULLA PARA AZAZEL (2 de 4)
Por Federico Rivolta
Enviado el 16/11/2023, clasificado en Terror / miedo
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En el comedor conocí a otros reclusos que afortunadamente no me trataron mal. A decir verdad, varios me felicitaron por haber golpeado a un policía. No había sido más que un empujón, pero aun así me hicieron sentir menos incómodo de lo que estaba.
–¿Así que estás en la F7? –preguntó un muchacho con una cicatriz que le atravesaba un ojo–. Podría ser peor. Pero cuídate de Azazel.
–¿De quién?
–Tu compañero de celda.
–No, no –le dije–, yo estoy con Rogelio; un viejito medio raro…, y tengo un asunto pendiente con él.
–Ese mismo; él es Azazel. No sé cuál será tu asunto pendiente, pero no le hagas nada. Nadie se mete con Azazel. Durante el almuerzo supe que Rogelio (también conocido como Azazel) estaba preso desde el día en que se construyó la penitenciaría. No quise averiguar el motivo de su condena, lo de su apodo fue información más que suficiente para un día. Sucede que todos los reclusos le temían, y era sospechoso de varios asesinatos ocurridos allí dentro, pero siempre lo declararon inocente. De todas maneras, Rogelio ya tenía cadena perpetua, por lo que nada podría prolongar más su estadía.
El apodo era por un demonio. Allí mismo hubo una secta de adoradores de Azazel; aunque quedaban pocos de ellos en esa época. Sus sectarios consideraban a Azazel como una de las deidades más importantes del inframundo. Los libros de demonología sostienen que se trata de un demonio que, al presentarse en la tierra, es capaz de tomar diferentes formas; formas humanas e incluso animales. Azazel podría estar enfrente de ti y no lo notarías.
Los sectarios no tenían nada que ver con Rogelio, y hasta a algunos les molestaba el hecho de que lo hubiesen apodado con el nombre de su dios, pero incluso ellos lo respetaban.
Me contaron varias historias durante ese almuerzo que me dejaron aún más aterrado, y no sabía que haría esa primera noche en la celda cuando me encontrase a solas con aquel que llamaban Azazel.
Cuando llegó el horario de salir al patio miré hacia todas partes buscando un modo de escapar. Sabía que si me atrapaban me darían varios años, pero si quien parecía un anciano inofensivo era comparado con un demonio, no quería ni conocer a los enormes sujetos que pasaban el día levantando pesas.
Miré las torres con francotiradores, los reflectores que se encendían ante el mínimo movimiento, y los guardias a esperas de lanzar los perros a cualquier rebelde. Los muros parecían interminables, y al alzar la vista sentí que el cielo estaba más lejos que cuando estaba en libertad. Además, encima de esos muros había unos alambres de navaja dispuestos en círculos, de un modo que ni el más hábil artista circense podría sortear. Mientras más miraba, más me daba cuenta que no saldría de allí antes del tiempo dictado por el juez.
Por la noche entré a la celda intentando no hacer ruido. Rogelio ya estaba allí, y al verme se puso de pie:
–Para ti –me dijo. Y me entregó un postre.
Era el mismo postre que nos dieron en el almuerzo; lo único que había comido en todo el día que no me había dado repulsión.
–No puedo comer azúcar –dijo Rogelio–, podría venderlos, pero prefiero guardarlos para ti si lo deseas.
En poco tiempo me hice amigo de Rogelio, ¿quién lo diría?, y enseguida supe que no tenía nada que ver con aquel demonio. Él seguía, más bien, una filosofía de vida de tipo oriental, y era pacífico y muy sabio. Claro que yo debí continuar durmiendo en el suelo porque era firme respecto a sus grullas, pero en todo lo demás era el compañero ideal. No solo me regalaba sus postres, también me daba ropa y cigarrillos. Pero lo que más me gustaba era que, por alguna extraña razón, compartir celda con él me volvía intocable ante los demás prisioneros y guardias.
*
A pesar de esa seguridad que me brindaba mi compañero de celda, había personas con quienes no me acostumbraba a convivir. Muchos reclusos parecían estar siempre con una actitud agresiva, si los mirabas te insultaban por mirarlos, si no los mirabas te insultaban porque te consideraban débil. Los guardias también tenían esa actitud, a menos que les sirvieras para algo. El margen para moverse en ese sitio era muy fino si uno no quería conflictos.
También había unos pocos sectarios que aún rondaban los pasillos. No eran de hablar mucho, pero eran aterradores. Solían andar cubiertos por túnicas y así cubrían marcas ocasionadas por rituales que consistían en automutilarse el rostro. Vi a más de uno con marcas de quemaduras en las mejillas, con un ojo faltante, y hasta vi a uno que se había cortado parte de la nariz.
Vi muchos personajes difíciles de olvidar en ese sitio, podría escribir un cuento sobre muchos de ellos, pero ninguno era tan temible como Viktor. No sé si su nombre se escribe con k o con c. Supongo que es con c, pero por algún motivo lo imaginé escrito con k desde la primera vez que supe de él.
Muchos de los criminales que se consideran guapos cuando andan por las calles, al ingresar a prisión pronto son sometidos. Terribles monstruos sociales como violadores y pederastas no duran veinticuatro horas sin ser sodomizados a causa de sus crímenes, encontrándose así con una forma de justicia salvaje, superior a aquella de la sociedad y de los dioses. Prefiero evitar entrar en detalles, aunque es difícil no incluir nada de esto si deseo explicar ese mundo y a su rey, ese rey llamado Viktor.
Viktor era alto; muy alto. No podría decir su altura exacta, pero en mis recuerdos, y en especial en mis pesadillas, lo veo de un tamaño tal que no podría ingresar por una puerta. El ancho de sus hombros duplicaba aquel de un hombre normal. Sus brazos tenían músculos encimados con otros músculos. No eran como los brazos de un modelo de revistas, más bien diría que eran como los de un luchador, donde el aspecto no es importante sino la fuerza. Los tenía cubiertos de tatuajes, y desde lejos se veían como dos mangas negras.
Viktor controlaba el tráfico de drogas en el penal; no se podía vender o comprar nada allí dentro sin pagarle tributo, pues tenía a todos en la palma de su desproporcionada mano; incluso a los guardias. Si no me lo hubieran dicho, habría creído que él merecía el apodo de Azazel en lugar de Rogelio.
Yo no podía ni mirarlo a los ojos. La primera vez que lo vi de frente fue en el almuerzo, cuando casi lo choqué con mi bandeja. Creo que él no me vio, no podría asegurarlo; Viktor tenía la vista desviada y era imposible determinar hacía qué lado estaba mirando.
...
...continúa en la tercera parte...
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