CAZADOR DE BRUJAS (2 de 3)
Por Federico Rivolta
Enviado el 12/12/2023, clasificado en Terror / miedo
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Llegaron al arroyo que desembocaba en el río Pombo; unas aguas que en los últimos años se habían contaminado. No había puentes, y debieron hundirse hasta la cintura para cruzarlo. Algunos se quitaron las botas, otros prefirieron conservarlas por miedo a las rocas filosas y a las picaduras de insectos acuáticos. Pedro fue el último en cruzar, y al ver que los demás cruzaron sin problema, decidió quitarse las botas de cuero para no mojarlas. En el medio del arroyó sintió un fuerte dolor en el tobillo, y vio entonces alejarse a una anguila de color verdoso. Pedro echó un grito al cielo. Continuó como pudo hasta llegar al otro lado, enceguecido de dolor, y los demás debieron ayudarlo a subir a la orilla. Allí se recostó; la pierna se le había puesto azul al instante y no paraba de sangrar; la anguila le había arrancado un trozo de carne. El herrero le hizo un torniquete debajo de la rodilla para frenar la hemorragia, y debieron improvisarle unas muletas para que pudiera llegar a destino. Pedro continuó avanzando, pero los demás sentían que habían perdido al segundo miembro del grupo.
Llegaron a una pequeña colina, y al ascender vieron al otro lado un cúmulo de árboles de gran tamaño bajo el que se encontraba la cabaña de la bruja.
Estaba amaneciendo, y descansaron unos minutos recostados en la colina a esperar a que el sol terminara de elevarse sobre el horizonte. En ese momento divisaron un cuervo que comenzó a sobrevolar el puesto. No era un ave cualquiera, era la bruja quien lo manipulaba utilizándolo como vigilante.
Con el correr de los minutos se sumaron nuevos cuervos, hasta que fueron más de veinte. Volaron en círculo encima de los hombres hasta que, todos a la vez, atacaron al más grande de los cinco cazadores: el viejo herrero.
Los demás sujetos intentaron repeler a las aves con sus machetes mientras éstas picoteaban los enormes brazos del forjador. A pesar de sus canos cabellos, mantenía su fuerza intacta, y mató a varios de ellos a puñetazo limpio; pero los picos córvidos eran demasiados, y el herrero cayó al suelo donde ya no pudo defenderse. Las aves parecían endemoniadas, y dos de ellas atacaron su rostro y le arrancaron los ojos a la vez.
El lugar quedó lleno de sangre y plumas negras. Ni un cuervo sobrevivió al combate, pero tampoco sobrevivió el herrero. Su hijo Tino lloró la muerte mientras Abel le apoyaba la mano en el hombro. A esa altura no quedaban dudas; estaban más convencidos que nunca de que no regresarían a su pueblo sin luchar hasta el final.
De pronto el gemelo Bordón que aún vivía decidió huir. Los demás le gritaron que no lo hiciera, que lo necesitaban, pero él no les hizo caso. Bajó por la colina y se metió de nuevo entre los árboles torcidos del bosque. Allí su pie atravesó un hilo imposible de ver, ubicado a centímetros del suelo, y una trampa de madera salió de abajo de la tierra para apresarlo.
La trampa se elevó en forma vertical y le clavó media docena de estacas en su pierna derecha. Los demás corrieron a socorrerlo, pero una de las estacas había atravesado su arteria femoral, y en cuestión de segundos falleció desangrado.
Abel sintió que él era la única esperanza de matar a aquella acólita del Diablo. Solo lo acompañaban su hermano Pedro, que con cada paso que daba más se infectaba la mordedura de la anguila, y el joven Tino, ya huérfano, que aún conservaba la voz de un niño.
Al volver a subir a la colina vieron que la casa ya era iluminada por la luz solar, y fueron sin pérdida de tiempo en busca de la bruja.
El lugar parecía en ruinas, estaba cubierto por enredaderas y apenas se veían las ventanas. El techo era de paja, y por partes se había caído dejando enormes huecos. Alrededor, las raíces de los árboles emergían de la tierra y latían como venas, inyectando la tierra de veneno a la vez que se alimentaban de la miseria de los habitantes del pueblo. Los hombres se acercaron y fue Abel quien forzó la puerta. La traba cedió enseguida; la humedad y lo que parecieron años en desuso la habían pulverizado.
Por dentro, el peso específico del aire aumentaba considerablemente. Los pocos haces de luz solar que ingresaban mostraban millones de partículas flotando; llenas de ácaros deseosos de alimentarse de los restos de piel muerta que se acumulaba en el suelo y el mobiliario.
El hedor a azufre les provocó picor en la nariz y hasta llegó a sus gargantas. Al adentrarse más, los hombres sintieron cómo la densidad del aire seguía en aumento. Caminaron los tres juntos, mirando hacia los costados intentando cubrir todas las direcciones.
La casa daba la sensación de estar abandonada desde hacía un siglo. El suelo estaba cubierto de basura en descomposición, que había generado un ecosistema de hongos y bacterias que se desarrollaba con total esplendor en aquel ambiente desprovisto de luz. Las telas de araña formaban cortinas que atravesaban la sala, y en las paredes vieron huesos de animales, muñecos hechos de ramas, y hasta hallaron colgada la piel que había mudado una serpiente.
De pronto escucharon unos pasos rápidos y pequeños, como los de un roedor, y las sombras dibujaron figuras diferentes a los objetos que las proyectaban.
Continuaron avanzando hasta llegar a una escalera. Abel hizo la seña de que él sería el primero en subir, y Pedro lo siguió unos escalones detrás, con ayuda del muchacho.
Una risa aguda se escuchó de repente, y la escalera se derrumbó a los pies de Pedro. El hijo del herrero miró hacia abajo y enseguida se puso frente al hueco para impedir que Abel viera lo que le había sucedido a su hermano.
Pedro había caído a un sótano repleto de lanzas antiguas, ubicadas de manera vertical formando una cuadrícula. Eran decenas de puntas oxidadas de épocas remotas, y aquel que había mantenido su gallardía aún tras la mordedura de la anguila, falleció en segundos, enterrándose en las armas junto a valientes anteriores de los que solo quedaban huesos polvorientos.
Abel respiró profundo, lamentando la muerte de su hermano, luego besó su crucifijo y subió los últimos escalones mientras abría con cuidado la botella de agua bendita.
...
...continúa en la tercera y última parte...
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