Cinco historias de Navidad (Parte 2 de 2 - Final)

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Cuando sonó el timbre de la puerta, el chiquillo saltó de la cama como un muelle y salió corriendo hasta la entrada gritando enloquecido “¡Mami, mami, ya etá aquí… ya etá aquí…!”, mientras en sus ojos se pintaba una paleta de colores de pura alegría.

...Continúa...

****

-IV-

El viejo luchador estaba definitivamente agotado y ofreció su mandíbula al adversario para que le rematase. Ha llegado al límite de sus fuerzas y un sudor pastoso y maloliente le nubla la vista; todo está borroso, ensangrentado y sus inyectados ojos imploran el golpe que acabe por fin con ese sufrimiento infernal.

Dolor, dolor, un lacerante dolor y un sentimiento de derrota le invitan a inclinar sus rodillas ante el bestial semejante que le castiga, le atrapa, le subyuga y escupe su odio en las laceradas carnes; el plexo solar, su pómulo izquierdo, mandíbula, hígado y bazo reciben mazazos de extrema violencia, y un brutal golpe en las costillas anuncia su pronto final; las cejas son pasto de cuchillos romos, los pesados guantes de aquel fiero toro se aplastan en ellas, buscando estallarlas…

No ceja en su empeño… Le ataca, recula, vigila y observa con saña el pequeño hueco por donde meterá su mano derecha, férreamente enguantada y llena de sangre, de saliva espesa… Pero mete su izquierda inopinadamente y alcanza por bajo su costilla falsa… ¡oh, Dios, Dios, qué dolor!

Se marcha al rincón… Oye a su manager gritarle “¡cúbrete, cúbrete!”… Pero es inútil; ya no oye, ya no escucha, es una piltrafa humana vagando en la lona, es un cuerpo lleno de heridas abiertas… Pero sale al centro y enfrenta su testa de nuevo, se cubre el cuerpo con brazos de atleta, ahora macerados por tanto castigo de fuerzas siniestras…

Insiste de nuevo… Aquel animal no tiene bastante y le lanza miradas de orate, aprieta su enorme quijada y, como un remolino de locas avispas, reparte sus puños en toda su cara; el árbitro amaga con parar el combate… Es mucho el castigo… es demasiada la sangre vertida… ¡son tantos los golpes que han partido esa cara…!

(Todo está perdido -se dice-, ya no habrá un mañana…)

Se siente empujado contra las gruesas cuerdas… Le abrasan sus roces, la nariz, la boca, los oídos le sangran y se deja caer en la lona esperando un conteo que nunca se acaba… Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… ¡Pero se levanta!

El público se agita queriendo más sangre, enfervorecido, rugiendo la fiesta.

… Y afuera, casi ya de noche, el clamoroso sonido de los claxon se confunde impunemente con las viejas canciones de Navidad; el atasco es irremediable en estas hermosas fechas de celebración, de paz y de amor entre los hombres. Policías de tráfico olvidan ahora sus malos modos y procuran en lo posible aliviar el continuo trasiego de coches y peatones. Villancicos de siempre nos hablan del nacimiento del Dios hecho hombre, de Belén, de los Reyes de Oriente que siguieron la gran estrella anunciadora, del amor, la fe y la esperanza, la caridad…

Las calles, cubiertas de una fina y algodonada nieve recién caída, ahora arreciando en gruesos copos, están repletas de innumerables gentes, gozosas de alegría y deseándose paz y fraternidad por siempre jamás.

El dolor no existe… Es época de cantar, beber y danzar…

Ante las puertas del Royal Arena ha aparcado una ambulancia. Sus parpadeantes y nerviosas luces azules se unen amigablemente al resto de la luminaria navideña. Dos corpulentos enfermeros sacan en la camilla a un curtido boxeador envuelto en un negra bata cubierta de sangre. Comentan, consternados, que en sus tiempos fue un peso pesado de los más grandes, de los más grandes…

Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.

-V-

El viejo ya no tenía salvación. El cáncer había invadido sus órganos más vitales y el poco tiempo que le quedaba de vida era un castigo añadido a su sufrimiento. La esposa y tres de los hijos del matrimonio rodeaban el lecho sin poder ocultar la seriedad de la situación. Los síntomas de esos últimos momentos ya habían aparecido; los frecuentes vómitos no eran más que los restos disueltos de un hígado triturado por el mal y, aún así, en sus escasos momentos de lucidez, el bueno de Santiago había reclamado inconscientemente que le trajeran el almuerzo. Es curioso cómo se agarra la vida al cuerpo mientras el cuerpo se afana en dejarla libre para que se alce por encima de todo dolor.

El cuarto hijo, el menor de todos, seguía sin aparecer por el hospital. Toda una historia de involuntarios desencuentros había provocado el distanciamiento entre ellos y, al parecer, ni siquiera en el lecho de muerte el bueno de Santiago iba a tener la suerte de reencontrarse con el hijo que más le había hecho sufrir y más quería de todos. Con el tiempo aquel orgulloso benjamín, complacido de sí mismo y ajeno al calor del cariño de los suyos, se había convertido en un edificante ejemplo del egoísmo y cruel matarife, primero de la figura del amigo y después de la del padre.

Afuera, tras el ventanal de ese quinto piso, la ventisca poco a poco cubría el cristal dejando a la vista tan sólo intentar imaginarse un paisaje helado y nostálgico. Se podía oír a lo lejos las melodías navideñas de un centro comercial y el claxon irritante de los típicos impacientes queriendo llegar los primeros a sus casas al calor de un buen pavo asado. El contraste resultaba extraño, pesado y hasta insultante…

Entró el equipo médico y, entre el silencio atemorizado de aquellos familiares, hicieron el diagnóstico final: suministro de los calmantes más fuertes y a esperar el inminente desenlace. El viejo Santiago pareció darse cuenta de todo y, abriendo de par en par sus curtidos ojos, con mirada cansada y apenas vital, dirigió a su esposa un último consejo: “No caigas nunca de tu hermoso arco iris, mi amor… Yo he sido muy feliz disfrutando a tu lado del mundo al que lleva, y al final de su extremo te esperaré para seguir siendo felices juntos…”

El viejo Santiago sonrió y exhaló débilmente un deseo: “Que seáis felices… No os bajéis nunca de vuestro arco iris; y si os caéis de él, o no lo encontráis, subiros sin dudarlo al más próximo de vuestros seres queridos… Ese arco iris nos lleva a un mundo donde pescamos las ilusiones con caña de azúcar y anzuelos de suave algodón…”

 

-+-+-+-+-+-

¡Felices fiestas navideñas a todos los que comparten sus letras con todos nosotros!

!Y, cómo no, el mismo deseo hacia los editores de este simpático rincón donde muchos (jóvenes, menos jóvenes y mayores) intentamos seguir aprendiendo jugando con las letras!

 


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