Ahora, con las navidades a la vuelta de la esquina, la casa se llena de huecos vacíos que, al ser observados con la luz de la nostalgia, cobran vida. En el salón, junto a las cortinas juega un niño, a su lado, una joven sonríe. Juan aparta la mirada un instante sin saber que ese gesto borrará el recuerdo.
El niño ahora es un hombre, la joven dejó de ser un doce de diciembre, este mismo día hace un mes.
El gesto triste y una lágrima que llora por los tiempos que no volverán, por las palabras de sincero agradecimiento que en vida nunca salieron de sus labios.
Cada tres de octubre, el teléfono sonaba y al otro lado estaba su voz. La felicitación rápida, sin adornos y sin embargo, por algún insondable misterio, aquel saludo que marcaba un nuevo año en su vida, lograba tocar y alcanzar como ningún otro a su alma y a su corazón. Cumplirá años, Dios lo quiera, pero serán años huérfanos del mejor de los regalos.
En unos días, la conmemoración del nacimiento del Salvador servirá para juntar familias, pero en la de Juan, una silla, testigo del pasado, quedará vacante.
Quizás, desde el cielo, esa joven pueda abrir una ventana y ser testigo de una Noche Buena triste. Quizás, desde allá arriba, cual espíritu navideño, pueda enviar su presencia y dibujar en el aire, como homenaje, una sonrisa por los buenos tiempos.
Juan, por si acaso, musitará unas palabras a modo de oración y agradecimiento.
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