El Reloj (capítulo 1)

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su río, sus jardines, sus bonitas calles... Pero, sobre todo, su hermosa plaza que, al ser Navidad, estaba engalanada con preciosos adornos, abetos, guirnaldas y luces multicolores parpadeantes, a los que la nieve caída durante la noche, añadía una nota pintoresca y en la que, en esta época navideña, se celebraba un precioso mercado de artículos y objetos navideños.

En esa plaza estaba ubicado un gran edificio, muy iluminado en esas fechas. Ese edificio, con una arquitectura algo recargada, es el Ayuntamiento de la ciudad, donde reside el alcalde con su mujer y sus dos hijos. El edificio tiene un gran cuerpo flanqueado por dos torres laterales y una más alta en el centro, donde está instalado un precioso y magnífico reloj de autómatas, cuyo personaje animado principal, al que todo el mundo llama Jacky, sale a dar las campanadas a las horas en punto. El reloj es la admiración de los niños y de los habitantes de la ciudad y el asombro de los forasteros que la visitan.

En el interior del reloj, una complicada maquinaria llena de engranajes, ruedecillas, resortes y diversos mecanismos, mueven las manecillas del reloj y dan vida a los personajes de madera articulados, encargados de diversas tareas.

Jacky es el encargado de dar las horas. No, no es ese hombre, siempre vestido con un viejo traje negro, que viene una vez a la semana para ver si todo va bien, se coloca sus anteojos, hace algunas comprobaciones, pone unas gotas de aceite en el mecanismo, comprueba la hora con su reloj de bolsillo y se va con una sonrisa de satisfacción. Ese hombre, si le retiramos su eterno y desgastado sombrero alto, debe medir al menos 1,75 metros, mientras que Jacky, con su bonito sombrero tirolés, mide solamente 52 cm.

La tarea de Jacky, además de cuidar del mecanismo del reloj, es salir al exterior de éste cuando se abre la puerta y, con ayuda de un pequeño mazo, dar las campanadas a las horas en punto, golpeando una campana colgada fuera. Una vez hecho esto, vuelve al interior, esperando la hora siguiente para repetir su tarea.

 

Para ello, está montado en un pequeño soporte con ruedas, el cual, gracias a un mecanismo de animación, se desliza al exterior, se detiene junto a la campana para que Jacky haga sonar las horas e invierte su movimiento para hacerle volver al interior hasta la hora siguiente, cerrando la puerta tras él.

Jacky tiene tres compañeros que le ayudan a cuidar el complicado mecanismo del reloj: Green, encargado de mantener en buen estado los engranajes del mecanismo: es el "mecánico" del grupo. Pero su trabajo lo realiza en el interior, y claro, no salir nunca al exterior para ver el sol, la gente, la vida de la ciudad... no es muy divertido.

También está Mimí, encargada de tocar la sintonía del reloj que anuncia la salida de Jacky para dar las horas.

Mimí es una preciosa muñeca con trenzas rubias, un bonito corsé verde y una faldita roja que realzan su esbelta figura. A Jacky, Mimí no le es indiferente, y todo hace pensar que este sentimiento es recíproco...

Gracias a sus dotes musicales, Mimí fue elegida para tocar la sintonía del reloj con ayuda de un carillón instalado con este fin. Ella lo maneja maravillosamente y, aunque la melodía es siempre la misma, de vez en cuando Mimí se permite añadir algunas notas aquí y allá que aportan una ligera variación a la sintonía. Mimí hace un guiño cómplice a sus compañeros cuando introduce un levísimo cambio, tan sutil que, seguramente, los habitantes de la ciudad no se percatan de nada, pero que a sus compañeros les aporta una diversión intentando adivinar dónde ha introducido Mimí el cambio.

Por último también está Luca, el fortachón del grupo, cuya tarea, dada su corpulencia, es dar cuerda al mecanismo del reloj con ayuda de una llave, para que todo funcione a las mil maravillas. Esta tarea la realiza una vez a la semana, suficiente para que el reloj funcione durante varios días más.

 

Desgraciadamente, un día Jacky se cayó de su soporte con ruedas cuando iba a salir al exterior para dar las campanadas, con tan mala fortuna que una de las ruedas del soporte le pasó sobre una pierna y se la cortó por debajo de la rodilla.

Sus compañeros le ayudaron a levantarse y cuidaron de él, aunque, al ser de madera, no sentía dolor alguno.

¡Qué catástrofe! ¡El reloj no podría dar las campanadas! Y así fue.

Los más extrañados fueron los habitantes de la ciudad, pues era la primera vez que no sonaban las puntuales campanadas de las horas.

El hombre del sombrero, alarmado, subió a toda prisa hasta el reloj, imaginando que algo grave había sucedido. Entró en el cuarto donde estaba instalado el reloj y, horrorizado, vio la catástrofe que acababa de ocurrir: Jacky yacía desmembrado en el suelo y su pierna se encontraba cerca de la puerta de salida al exterior.

El hombre, aterrado por lo que había ocurrido a uno de los personajes que hacían funcionar el reloj por el que sentía tanto cariño, cogió a Jacky bajo el brazo, salió a toda prisa por la puerta y bajó las escaleras de cuatro en cuatro para llevar el muñeco al taller de su amigo Hans, quien, seguramente, arreglaría el percance perfectamente y dejaría a nuestro personaje como si no le hubiera ocurrido nada, listo para ocuparse de nuevo del reloj.

Jacky, firmemente cogido bajo el brazo del hombre del sombrero, no recordaba y no comprendía muy bien lo que había ocurrido y, a pesar de que no sentía dolor alguno ¡le extrañaba que el hombre llevara su pierna en la mano...!

Atravesando la plaza, llena de gente extrañada que se preguntaba porqué no sonaba el reloj, el hombre del sombrero, tomó por una estrecha calle hasta llegar, sin aliento, a la esquina de la calle donde se encontraba el taller de su amigo Hans, quien estaba dando los últimos toques a una linda muñeca rubia que también había sufrido un accidente.

Hans echó un vistazo a la pierna de Jacky y le dijo al hombre del sombrero que no se preocupara: la pierna quedaría perfecta, pero era necesario que Jacky se quedara unos días en el taller para la reparación. El hombre del sombrero, aunque contrariado por esta noticia, no tuvo más remedio que acceder, rogando a Hans que se diera prisa, ya que la ciudad echaría de menos las campanadas de su querido reloj.

(Sigue en capítulo 2)


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