DESCUBRIENDO AL SEÑOR JONES (1 de 2)

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Yo llevaba tres meses trabajando en la empresa de transporte cuando me asignaron al Señor J. Solo digo su inicial porque estoy seguro de que a él no le gustaría que revelara su identidad. De todas maneras, es probable que ni siquiera nos haya dado su verdadero nombre. Tal vez comience con otra letra, no lo sé, pero en la empresa lo llamábamos así: Señor J., o a veces también, Señor Jones.

La agencia en que trabajaba era de limusinas y automóviles de lujo; un lugar exclusivo para clientes acaudalados a los que les gusta viajar con estilo, precisamente como el Señor Jones.

Fui a buscarlo a su casa un sábado por la noche. Era una mansión ostentosa, rodeada de pinos, con columnas de mármol y una puerta de entrada que se extendía por varios metros. Yo apenas me estaba acostumbrando a ver aquellas personalidades, pero nadie podría acostumbrarse a alguien como él.

Esa primera noche vestía un traje negro con finas líneas en bordó; un traje hecho a medida que destacaba su cintura de atleta y sus anchos hombros. Parecía tener dos décadas más que yo, pero estaba en perfectas condiciones físicas. Tenía cabello negro bien peinado y una barba incipiente delineada al detalle. Tuve la sensación de ser el chofer de una estrella de cine.

Apenas ingresó a la limusina subió el vidrio espejado que dividía la cabina. Supe entonces que el Señor Jones apreciaba su privacidad.

Llegamos a un bar, y tuve que leer de nuevo la dirección porque creí que no era el sitio correcto. Había imaginado una fiesta en un edificio clásico del centro de la ciudad, pero no había otra cosa alrededor más que ese lugar al que nadie llegaría en limusina. De pronto él habló por el comunicador: «Sí. Es aquí».

Descendí y abrí su puerta, y al ponerse de pie se acomodó el saco con sumo cuidado:

–Espérame un momento –me dijo–. Regreso enseguida.

Me senté de nuevo al volante y minutos más tarde lo vi regresar con una señorita rubia. La muchacha era apenas mayor de edad, y lo abrazaba como si fuesen recién casados.

La empresa no me había dado más indicaciones, y esperé a que sea él quien me diera una nueva dirección a la cual conducir, pero solo me pidió que lo llevara otra vez a su hogar.

Durante la semana hablé con algunos de mis compañeros acerca del Señor J., tenía curiosidad por saber a qué se dedicaba y si era o no casado, pero todo lo que oía de él estaba envuelto en rumores y misterio.

El sábado siguiente también me tocó ser su chofer. Esa segunda noche estaba vestido otra vez como para ir una entrega de premios; con un traje azul eléctrico de vivos plateados. Traía consigo un bastón de tipo ornamental, y sus dedos estaban cubiertos de anillos de gran tamaño. Fuimos a otro sitio: Un pub para el que, otra vez, él tenía demasiada elegancia.

–Espérame un momento. No me tardo.

Imaginé que iría a buscar a la joven de la primera noche, pero enseguida regresó con una joven de cabello negro que era tan o más bonita que la rubia de la semana anterior. Ella también se veía enamorada, y subieron a la limusina entre risas, tomados de la mano.

La velada me dejó más preguntas que respuestas. Pensé en un momento que las contrataba, pero ellas lo miraban como si lo conocieran desde antes. De todas maneras, no me cerraba el hecho de que fuese a buscarlas en limusina, vestido de esa manera. Había algo muy extraño en el Señor Jones.

...

...continúa en la segunda y última parte...


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