EL MALIGNO (2 de 2)

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Yo no deseaba hacer contacto visual, pero ella no paraba de mirarme, y dije algo para cortar la tensión:

–Hola, Gigi. Gracias por cuidarme.

Ella solo hizo sonidos guturales y permaneció firme sin quitarme la vista de encima. Gigi también llevaba un vestido blanco como el de su hermana, pero éste estaba cubierto de tierra, al igual que sus manos y sus pies descalzos.

Elvira regresó y me presentó a sus padres. Tenían cabellos tan rojos como los de sus hijas, y las mismas pecas en el rostro. Su padre estrechó mi mano y me entregó mi teléfono diciendo que así estaba cuando lo encontraron. Tenía la pantalla rota y no encendía. Pronto se retiraron para continuar trabajando en la construcción del nuevo granero, y me dijeron que más tarde se acercaría el mecánico del pueblo para explicarme la situación de mi automóvil.

No tenía nada que hacer en esa habitación más que dormitar mientras la hidromiel hacía su efecto. Un rato después abrí los ojos y allí continuaba Gigi.

–¿Qué edad tienes? –le pregunté.

Ella solo respondió con rugidos.

Luego se acercó a mí, y comenzó a tocarme las orejas, la nariz y los labios mientras respiraba afanosamente.

Yo estaba aterrado, no quería empujarla, pero tampoco deseaba tenerla encima de mí. Le pedí entonces que me pasara mi bolso y enseguida busqué algo para darle y mantenerla entretenida, entonces vi el regalo que había comprado para mi sobrino. Era tarde para ir a su cumpleaños, así que decidí darle a ella la pequeña motocicleta; probablemente aquel sería el primer juguete que tuvo en su vida.

Al darle la caja abrió sus ojos verdes, parecidos a los de su hermana, solo que uno era más pequeño que el otro. La joven no sabía siquiera que debía romper el papel para ver lo que había dentro, y debí abrirlo para ella.

Comenzó a reír mientras la saliva le caía por la comisura de sus labios torcidos.

–Es una motocicleta –le dije–. Era un regalo para mi sobrino, pero ahora es tuya. Luego compraré otra para él.

Apoyó la moto en el suelo y no supo qué más hacer. Entonces moví mi mano para que me imitara.

–Brumm, brumm –le dije–. Muévela así.

Pronto me imitó y comenzó a jugar con ella mientras sus luces encendían y apagaban, y yo pude seguir durmiendo.

Al despertar no había nadie en la habitación, grité el nombre de Elvira, pero no apareció, esperé un rato hasta que decidí salir de allí. Tampoco había gente en la cocina, y al salir de la casa vi que estaba por oscurecer.

Caminé hasta la siguiente edificación donde encontré mi vehículo. Se notaba que nadie había estado trabajando en él, ni siquiera habían quitado la rueda que estaba doblada hacia adentro a causa del choque.

Estaba comenzando a planear una huida, pero alguien me golpeó en la cabeza.

Volví a despertar en la cama de antes, solo que esa vez estaba amarrado a ella. El lugar estaba iluminado por múltiples velas, y de pie frente a mi había una mujer con una túnica blanca que llevaba en el rostro un cráneo de una cabra con largos cuernos. Pronto se lo quitó y no era otra que la bella Elvira.

Yo aún estaba dolorido y apenas consciente de lo que ocurría, pero pude ver que dejó caer al suelo la túnica quedando desnuda. Tenía senos firmes, cintura estrecha y anchas caderas. Habría sido maravilloso pasar la noche con ella, pero su actitud no era la misma que cuando la conocí. Su sonrisa era maligna, y tomó un recipiente en el que introdujo sus dedos. Luego se pintó símbolos con sangre en el rostro y en los senos, mientras me contaba lo que haría conmigo:

–Voy a usarte esta noche –me dijo–. Soy la indicada para ser la madre del elegido. Tu no serás más que un instrumento; esta misma noche te sacrificaremos para que el padre de la criatura sea mi amo y señor.

Intenté soltarme, pero estaba bien amarrado. Grité, pero fue en vano, estaba a su merced.

Yo seguía mareado por el golpe en la cabeza, y mientras Elvira se movía sobre mí tuve terribles visiones. En ellas vi rostros deformados, vi bestias con cuernos caminando en dos patas como si fueran humanos, vi infiernos en llamas repletos de almas suplicantes y hasta vi a Gigi asomándose tras la puerta, espiándonos mientras su hermana jadeaba fuera de sí.

Elvira obtuvo lo que deseaba y volvió a ponerse su túnica blanca. Yo sabía que tenía poco tiempo, era de noche, y estaba claro que pronto me irían a buscar para llevarme a la ceremonia en la que yo sería sacrificado. No tenía modo de escapar, estaba inmovilizado, pero entonces Gigi regresó.

–Ayúdame, Gigi –le dije–; por favor. Tienes que sacarme de aquí. Soy tu amigo, te regalé la motocicleta. Brumm brumm, ¿recuerdas? 

La joven se acercó y otra vez me olió como un animal por un instante y luego me desató.

Me puse de pie y al intentar vestirme sentí que me estaban arrancando la piel de la pierna. Tuve que quitarme la venda para ver mi herida. Al hacerlo vi que estaba abierta y cubierta de gusanos.

Gigi me hizo un gesto para que la siguiera. No tenía tiempo para hacer nada con mi pierna en ese momento así que solo la vendé otra vez.

Salimos de la casa y a lo lejos había una fogata con unas treinta personas vestidas con túnicas negras. Solo Elvira vestía de blanco.

Con Gigi nos alejamos sin hacer ruido, y me guio hacia un galpón detrás de su casa. No había luces más que la de la luna, y dentro del galpón todo era penumbras. Entonces ella apuntó a un objeto que no logré distinguir.

En ese momento oímos gritos a los lejos; me habían descubierto.

Gigi desapareció en la oscuridad y quedé a solas. Me dirigí entonces al objeto que ella me había señalado y vi que estaba cubierto por una manta; debajo de ésta hallé una motocicleta. Era similar a la de juguete, pero real; una Axl Jokerson llena de tierra que tenía las llaves puestas. Me subí, cerré los ojos y pedí al cielo que arrancase, y enseguida lo hizo.

Hui de aquel pueblo maldito mientras escuchaba que corrían detrás de mí, pero pronto me alejé de ellos y atravesé un bosque que me sacó a un camino de tierra entre medio de dos plantaciones de maíz.

Conduje sin parar durante kilómetros, deseando que el sol se asomara por el horizonte.

Ahora solo pienso en recuperarme para poder ir a enfrentarlos; no puedo permitir que críen a un niño en un sitio como ese. Espero no haber sido solo un instrumento aquella noche, y que el padre de la criatura no sea en realidad ese al que Elvira llama “su amo y señor”.

 

FIN


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