Papel en blanco, pluma de acero y un gran tintero a rebosar.
Con mano izquierda pretende el zurdo unir las frases de un gran relato que tiene en mente desde hace tiempo.
Ya lo está viendo… Lo ha calculado.
Es excelente e imaginario…
¡Un exitazo, a buen seguro!
Lo ha intitulado “Adiós, ideas”…
¡Qué bello título!
Se dice pronto… ¡Quién lo dijera!
E insiste en ello.
No hay que arredrarse… -se dice ufano.
Y así lo escribe, contorneando el bello título en letra inglesa.
Se ha acomodado en ese asiento que cada noche calienta insomne desde hace días…
¡Ay, qué ilusión, qué dulce suena esta pasión!
Pasan las horas…
Seiscientos hojas están en blanco…
Enumeradas.
Clasificadas.
Más que estudiadas para el proyecto.
Una tras otra…
Otras tras unas…
Todas en blanco…
Excepto el título…
Es la primera.
También la única.
Llega la noche con el cansancio…
Mira el reloj…
Y convencido de ser inútil dar más retazos en esa mente que tiene en blanco, en mayestático remata el folio trazando:
“FIN”.
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