Aquella mañana de primavera, el paisaje angosto de arbustos bajos y tierra quebradiza, de mar tranquilo y aguas saladas ofrecía, bajo un cielo azul, inspiración para pintores y poetas.
En una habitación de casa de pueblo, la persiana bajada dejaba pasar algún que otro haz de luz proyectando sombras en las desnudas paredes pintadas de blanco. En la cama, todavía en brazos de Morfeo, Jose, un joven de vacaciones llegado del norte, descansaba.
Su cuerpo descansaba.
Su mente, sin embargo, trabajaba activamente mezclando retazos de aquí y allá para crear sueños.
Solo unos minutos después el joven abrió los ojos. Se encontraba bien y trató de recordar lo soñado mientras se estiraba. Aquello de estirarse en público, le había dicho su madre en una ocasión, no estaba bien. Miró a su alrededor, no había nadie en la habitación, podía estirarse y hacer más cosas censurables. Nadie lo juzgaría.
En aquel momento el ayer le alcanzó. Mil mariposas comenzaron a revolotear en su estómago. El rostro ligeramente ruborizado y los labios dibujando una sonrisa, dicho con cariño, de tonto. Siempre había pensado que no había nada más tonto en este mundo que un enamorado. Sin embargo desde ayer, al encontrarse entre los miembros de aquel grupo, su opinión, aunque solo fuese por evitar insultarse a si mismo, cambió.
Sonia, que así se llamaba la amiga de su amiga, era una joven atractiva, agradable y deportista. Habían conversado en la terraza, compartiendo refrescos con otros conocidos. Él, tímido por naturaleza, jamás se hubiese atrevido a decir algo tan directo como lo que quería decir.
Entonces el destino decidió intervenir.
- ¿Mañana corres? - preguntó uno de los amigos.
- Sí, por la tarde. Me gusta correr junto al mar. - respondió Sonia.
- Yo también corro. Bueno de manera casual. - apuntó Jose.
- ¡Que guay! Pues si quieres mañana vamos. - dijo Sonia.
Jose tragó saliva y aceptó.
El tiempo, a veces lento como una tortuga, a veces rápido como una liebre; decidió convertirse en un cohete y en menos que nada llegó la hora de vestirse para la cita. El joven eligió su mejor camiseta de correr, se puso los pantalones cortos y se calzó unas zapatillas deportivas con tiras verde fosforito. Para el aseo usó desodorante y más colonia de la habitual.
- Hola. - dijo Sonia dándole un par de besos en las mejillas como saludo.
- Si te parece podemos seguir este camino de tierra que corre paralelo al mar.
A Juan le pareció bien (siendo honestos cualquier propuesta le hubiese parecido bien) y sin más comenzaron a trotar.
El ritmo de la chica era bastante vivo, aunque no parecía ir forzando. Por contra el chico iba más justo de lo que hubiera querido y le tomó un tiempo sincronizar su errático ritmo de respiración.
Por suerte, el viento procedente del mar no soplaba en contra.
Veinte minutos después alcanzaron el final del camino e hicieron una pausa para tomar aliento. Juan comentó la belleza del mar.
- Más adelante están las salinas. - dijo Sonia.
A Juan le hubiese gustado ir hasta allí, pero el sol ya estaba camino del ocaso y en no más de tres cuartos de hora, la oscuridad comenzaría a apropiarse de la mayoría de colores haciendo desaparecer la luz.
Lo más sensato era reanudar el camino de vuelta.
Y eso hicieron.
Diez minutos después, la figura de un hombre con traje, abundante barba y botines marrones de cuero apareció a un lado del camino. Cuando Sonia y Jose pasaron junto a él abrió mucho los ojos y dijo con voz ronca.
- ¡Sonia, eres tú Sonia!
Pillado por sorpresa el corredor se paró. Sonia, con evidente desgana, hizo lo mismo.
- ¿Le conoces? - interrogó Jose.
La chica negó con la cabeza y su compañero de carrera se dirigió al extraño.
- Creo que se ha equivocado caballero. -
- Perdone, me parecía Sonia... hace calor y me he torcido el tobillo - agregó dibujando una mueca de dolor.
Tiene cierta edad pero es atractivo pensó Jose.
Sonia, por su parte, no parecía muy cómoda e insistió en que se les hacía tarde.
- Se encuentra bien. -
- Sí, si no fuera por este maldito tobillo. -
Luego, como quien sale de un trance y se encuentra con alguién por primera vez volvió a insistir.
- Eres Sonia... seguro. Me acuerdo de tí, no ibas mucho por clase y... y copiaste en el examen final.
- Yo no copié. - respondió con vehemencia la aludida.
Jose miró a la chica y repitió la pregunta inicial.
- ¿Le conoces? -
Sonia confesó que con la barba no le había reconocido al principio, pero que al hablar de las clases recordó que era su tutor. El profesor sonrió de manera extraña y añadió.
- Sí,copiaste, y luego viniste al despacho a arreglarlo... fuiste muy persuasiva.
- Esa no es manera de tratar a mi amiga ¡discúlpese ahora mismo! - reaccionó Jose cambiando de tono ante la insinuación.
El extraño soltó una carcajada.
- Vaya, vaya... la princesa ha encontrado a su héroe. ¿Cómo te llamas muchacho?
El aludido no respondió pero eso no impidió que el otro continuase.
- Bueno, tu nombre no importa. Eres solo otro pringado que ha caído. ¿Sabes con cuantos hombres ha estado esta pu...?
Jose le interrumpió con un puñetazo.
Luego ambos corredores huyeron reanudando la carrera.
- ¡Espera! - dijo Sonia diez minutos después dejando de correr.
Jose se detuvo.
- Estás bien, ese tipo es un...
Sonia puso un dedo en sus labios para que dejase de hablar.
Luego suspiró y empezó a hablar con voz nerviosa; insegura y decidida a un tiempo.
Confesó que era verdad que había copiado, necesitaba aprobar el examen. Su madre, por aquel entonces, estaba separada de su padre biológico y se había juntado con tipo que la quería, solo que era muy exigente. A veces gritaba y una vez las había puesto la mano encima. A su madre por entrometerse y a ella por volver borracha de una fiesta. Relató a Juan como había entrado en su habitación, se había quitado el cinturón y la había zurrado. El castigo duró poco, y el hombre, pasado el enfado, pidió mil disculpas. Pero era tarde para Sonia, le dolían las nalgas, le dolía aun más la humillación y tenía miedo, miedo de que algo así pudiera repetirse, miedo por ella y sobre todo miedo por su madre.
- No es necesario. - dijo Jose
- No, déjame acabar. - le interrumpió Sonia.
"Lo que cuenta ese hombre no es cierto, no he estado con tantos chicos, solo con uno y la relación no llegó a los dos meses. No voy por ahí haciendo esas cosas que dice y sin embargo. Compréndelo, tenía miedo...yo."
Se echó a llorar, pero de algún modo siguió.
"Ese día en el despacho, me dijo que no se lo contaría a nadie solo tenía que bueno, solo tenía que quitarme la ropa y... y seguir sus órdenes."
Jose no dijo nada. Se acercó a Sonia y la abrazó.
Los dos permanecieron en silencio. La luna comenzaba a brillar en la oscuridad, la brisa soplaba y el sonido del chapotear de las olas contra la orilla se dejaba oir como un murmullo lejano.
- Vamos. - dijo Sonia después de un tiempo que nadie se molestó en cronometrar.
- Sí. - respondió Jose esbozando una sonrisa de ánimo.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales