Todo comenzó un sábado de fiesta. Yo estaba ahí, sentada, esperando escuchar una melodía que me hiciera querer más que solo menearme en mi lugar. Fue entonces cuando vi entrar a un joven muy apuesto: alto, de cabello rizado, labios gruesos y una manera de caminar que seducía a todas las chicas del lugar...
Decidí de inmediato levantarme y dirigirme a la pista, mostrándole lo que mis caderas grandes podían hacer con un par de tragos. Ahí estaba yo, subiendo y bajando mientras lo acechaba con la mirada. Cuando menos lo esperaba, venía hacia mí. Se acercaba tanto que podía oler su perfume varonil.
De repente, estábamos bailando. Él se pegaba fuerte a mí y era tanto que desde el primer roce pude sentir que tenía una erección de un tamaño espectacular. También logré sentir el grosor, lo que me hizo imaginar lo mucho que me haría gemir de dolor.
Luego de solo roces, le tomé de la mano, indicándole que quería ir a un lado un poco más privado, y fue cuando me llevó a una parte detrás del escenario...
Sin preguntar, bajó mis bragas y me penetró de una vez. Yo quería gritar del dolor, pero luego fue más la excitación que me pedía que no parara. Sentía como sus testículos me golpeaban. Empezó a embestirme con una fuerza inigualable y fue ahí donde descubrí que... "me excitaba el dolor".
Me penetraba una y otra vez hasta que vació su enorme miembro dentro de mí. Pude sentir como chorreaba el semen por mis labios. Subí mis bragas y regresé como si nada a casa. Después de ese día, jamás lo he vuelto a ver y cada sábado me masturbo pensando en que me vuelva a coger.
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