Ayer domingo, decidimos dos personas pasar el día en el Castillo de Bellver. Decidimos andar por el bosque descalzas, acercarnos a un Ciprés y abrazarlo. Juntar nuestras frentes y comunicarnos con ese ser enorme, alto y bello como era ese ser vivo. Fue muy bonito, sentirlo vivo, en su hábitat, en su esencia.
Más adelante, a unos pocos pasos del Ciprés, mi amiga saco una manta y la puso en el suelo, donde decidimos sentarnos en los pies de otro enorme árbol, con nuestras espaldas echadas a ese ser y ponernos a meditar. El sol nos daba en la cara. La verdad no era molesto, se sentía agradable, al mismo tiempo que corría de vez en cuando una pequeña brisa, haciendo de agradecer, donde le dimos las gracias por acompañarnos en esos instantes.
De fondo se escuchaba el sonido de agua y pasar por un sendero a las personas hablando entre ellas, Un perro ladrar y el piar de los pajarillos como si nos dedicara una melodía. Parecía que toda la naturaleza, se habían puesto de acuerdo en acompañarnos, con sus sonidos de fondo, componiendo una bella melodía, parecía un sonido angelical. Se sentía como si uno se hubiera apartado del mundo.
En ese mismo momento, sin dejar de separarme de lo que era la meditación, sin salir de la armonía de la respiración ni mover el cuerpo, para no apartarme de la frecuencia, donde me encontraba, empecé a mirar todo muy lento y detalladamente, a percibir el olor de toda la pureza que se sentía alrededor y disfrutar del ambiente cuando vi algo insólito que me llamo la atención.
Estando disfrutando de todo lo que me rodeaba, vi en el árbol que tenia a mi izquierda, donde no daba el sol, donde no se podía reflejar nada, como una sombra de una altura de una persona, se levantaba, como si nos mirara fijamente, terminaba uniéndose al tronco del árbol. No se sentía miedo, pues parecía que todo estaba unido al paisaje. Más tarde al contárselo a mi amiga me conto y decidimos en conjunto, que podía ser, un ser errante que estaría vagando por los bosque, ya sea cuidándolos o simplemente apegado al terreno o a la belleza de la naturaleza.
Al abril los ojos mi amiga y respirar tanto ella, como yo profundamente el aire al mismo instante que abríamos los brazos, decidimos calzarnos y andar un poco dentro del sendero, donde pasaba todo el mundo, para buscar un espacio en la tierra, sentarnos, descalzarnos otra vez y comer antes de irnos.
Estando sentadas comiendo. Las personas pasaban ablando entre ellas, nos saludaban y hasta se paraban hablarnos, como si nos conociéramos de mucho tiempo. Había un señor que corría rodeando el sendero y nos saludaba también. Todo el mundo se notaba diferente que en la ciudad. Todos radiaban de felicidad, se reían, se paraban, se comunicaban. Tan diferente, tan normal, pero a la vez tan raro de cómo solemos comportarnos diariamente.
¿Cómo podemos cambiar tanto?, ¿tan difícil es comportarnos con educación, con respeto y en armonía, con la naturaleza, como cuando estamos haciendo senderismo o pasando un día en el bosque? O ¿es que realmente tenemos varias personalidades ante los demás o ante situaciones o lugares?
Sobre las 3 decidimos bajar, coger los coches y marcharnos, no sin antes quedar para el próximo domingo que tengo libre y esta vez, ir a otro lugar, a otro paisaje. Y unirnos a esa esencia que es parte nuestra, a ese ser que algún día nos acogerá entre sus brazos. Nos cunaras, sin reprocharnos, ni insinuarnos tanto dolor que hemos causado. A nuestra madre tierra GAIA.
FIN
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