JUNTOS HASTA LA MUERTE (1 de 2)
Por Federico Rivolta
Enviado el 28/02/2024, clasificado en Intriga / suspense
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Mi nombre es Gustavo Golmayo y soy médico forense. Por once años trabajé en la pequeña morgue de El Amparo, el pueblo en que crecí, luego me trasladaron al Hospital Municipal de Santa Fe, donde trabajo en la actualidad.
Son muchas las leyendas que se cuentan en los pueblos aislados como El Amparo, y gran parte de ellas están relacionadas con las morgues de dichos pueblos. Pero entre tantas leyendas, hay una que ha cautivado los corazones de todos los pueblerinos, una que ocurrió cuando yo recién comenzaba a ejercer, y esa es la historia de Rocío y Joel.
Rocío F. provenía de la familia más adinerada de la zona. Su bisabuelo es considerado uno de los fundadores del lugar, ya que cuando llegó al país, El Amparo apenas tenía unos cientos de habitantes. Al poco tiempo de mudarse donó dinero para la construcción de caminos, una escuela, y hasta abrió su chequera cuantas veces fue necesario para construir la capilla que aún sigue firme, y que yo podía ver desde la ventana de la morgue. El padre de Rocío, el señor Norberto F., duplicó la fortuna que heredó con un negocio propio, comercializando maquinaria agrícola. No hay productor en los alrededores digno de llamarse así que no sea equipado por él. Rocío estaba destinada a estudiar en una gran universidad para continuar con un posgrado en Europa y así hacerse cargo de la empresa familiar, o al menos eso era lo que su padre tenía escrito para ella.
Joel M. estaba en el estrato social diametralmente opuesto. Era hijo de una mujer que había llegado de Camerún en circunstancias poco claras. La mujer llegó siendo apenas mayor de edad, y trabajó para un anciano que vivía solo y que criaba cabras de Angora. Un año después quedó encinta. No se le conoció jamás pareja alguna, y muchos creen que el anciano criador de cabras era el padre biológico de Joel, pero éste jamás le dio su apellido. Poco después el hombre falleció, y Joel y su madre se quedaron a vivir solos en esa vieja casa. El señor F. prometió ser capaz de cualquier cosa antes que ver a su hija de la mano de aquel muchacho; un muchacho pobre, producto de una unión ilegítima, y hasta hijo de una mujer de la que se decía practicaba magia vudú…, pero a decir verdad nada de eso molestaba al padre de Rocío; quienes lo escucharon hablar aseguran que lo que él no soportaba era el color de piel del joven. Es que Joel era idéntico a su madre, y ambos parecían tallados en ébano, con cabellos tan enrulados como el de las cabras que criaban.
El padre de Rocío había hablado muy en serio cuando prometió que haría cualquier cosa por evitar la unión, pero Rocío estaba igual de convencida, y una mañana manifestó que deseaba casarse con su novio contra todo obstáculo, y era inútil tratar de evitarlo. El Señor F. la escuchó con atención, y al día siguiente dio un giro de trescientos sesenta grados e invitó a Joel a cenar. Así es, trescientos sesenta, pues todos creyeron que él había cambiado de parecer, pero jamás lo hizo.
La noche en que la pareja sería declarada formalmente, el Señor F. sacó uno de sus mejores vinos de su bodega privada. El joven no estaba acostumbrado a beber, y en poco tiempo comenzó a perder sus facultades mentales y motrices. El Señor F. lo invitó entonces a fumar un cigarro mientras brindaban con un whisky de etiqueta negra que guardaba en su oficina. Conozco ese lugar, he ido en una oportunidad, y puedo imaginar toda la escena: el escritorio de tres metros de largo que te hace sentir pequeño, los muebles y adornos brillantes que intentaban mostrar lujos que a mi parecer eran de mal gusto, y en medio de la pared, una cabeza de un ciervo rojo de catorce puntas. Estuvieron una hora conversando a solas hasta que de pronto se oyó un disparo. Cuando Rocío y su madre cruzaron la puerta vieron al joven tirado en el suelo con el torso ensangrentado. El Señor F. le había disparado con su pistolón calibre 28.
Joel tenía un fuerte olor a alcohol y un abrecartas en la mano, y el hombre dijo que debió dispararle en defensa propia.
Nadie que no haya cobrado una suma de dinero fingió creer esa historia, mucho menos Rocío, que lloró desconsolada cuando vio cómo transportaban el cuerpo de su amado directamente a mi morgue. Le gritó a su padre que lo odiaba, y esa misma noche escapó de su casa.
A todos nos afectó aquel trágico final. Fue una de esas historias que quedan grabadas en el colectivo de un pueblo, y que se mantienen como frase hecha cuando se está frente a una pareja de enamorados. Sé que lo común en otros lugares es nombrar personajes de Shakespeare como la personificación misma del amor en juventud, ya que aun quienes no han leído la más famosa de sus obras, saben bien de qué se trata. Pero en El Amparo la cosa es diferente. No son Romeo y Julieta, sino Rocío y Joel los que evocamos cuando nace un noviazgo u oímos la noticia de un matrimonio. Es lógico, cuando alguien muere en circunstancias trágicas es idealizado, y sus más pequeñas virtudes son descritas como las del héroe de una epopeya. Pero el final que tuvieron ellos dos lo amerita; yo soy testigo, tuve sus restos frente a mí y les puedo asegurar que aquello fue en verdad memorable.
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...continúa en la segunda y última parte...
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