ENTREVISTA CON EL DEMONIO (1 de 6)

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Dios y el Diablo. Dos caras de una misma moneda. Durante siglos nos hemos preguntado si en verdad existen. Creo que nos hemos estado haciendo la pregunta equivocada. Ellos existen, la pregunta es qué entendemos por Dios y el Diablo.   Dicen que Dios es pura bondad, ¿acaso el ser humano no tiene bondad? Hay gente que hace a un lado sus intereses para luchar por un ideal, personas que donan un órgano sin dudarlo, y hasta hay quienes dan su vida por salvar a alguien a quien aman.   En el lado opuesto está el Diablo: pura maldad; así lo describen. El ser humano es capaz de brindar una infinita cantidad de amor, pero también puede albergar una infinita cantidad de odio. La maldad también habita entre nosotros, en los que matan, en los que violan. Hay quienes gozan mientras ven como otro se desangra ante sus ojos, y quienes disfrutan de torturar al que nació con otro color de piel, con otra nacionalidad, o tiene una opinión diferente.   Dios y el Diablo existen, están aquí mismo, en la tierra. Ellos aguardan en nuestro interior expectantes durante años, hasta que llega el momento en que por fin los dejamos salir.   No, no soy teólogo. Tampoco espero convencer a nadie de compartir mis opiniones. Soy un periodista que solo desea contar un suceso real.     *     Cuando ingresé a la facultad de periodismo tenía una meta fija, contaba con un sueño: contar historias con una ética infranqueable y a la vez con entusiasmo. Deseaba contar historias de impacto, esas en las que la gente no entiende cómo es que nos arriesgamos tanto para captar cada detalle. Siempre quise hacer una nota sobre un médico trabajando en un campo de guerra, o una entrevista sin reservas a un narcotraficante, pero jamás pude conseguir un trabajo de ese estilo. Mi carrera se truncó cuando empecé a trabajar en El Deportivo Ilustrado, revista en la que permanecí por trece años. Fue un tiempo perdido realizando notas sobre fútbol y baloncesto en las que ni siquiera aparecía mi nombre.   Un día decidí renunciar a aquel empleo y volver a luchar por mi sueño de juventud. Las cosas no salieron como habría deseado, y en lugar de obtener lo que creí sería el mejor trabajo de mi vida, hoy me encuentro adicto a la bebida y contemplando el suicidio.   La tragedia comenzó aquella mañana en que desperté más tarde que de costumbre. Mi esposa Adriana y mi hija Giselle estaban terminando de desayunar cuando bajé las escaleras:   –Intenté despertarte varias veces –dijo Adriana–. Tu café ya debe estar frío.   Pude ver la insatisfacción en su mirada. No era por el café en realidad, sino porque yo llevaba varios meses desempleado, y verme levantándome sin apuros la impacientaba más aún.   –Todavía está caliente –dije tras beber un trago.   Era mentira; el café ya estaba a temperatura ambiente.   –Mira –dijo ella, y me entregó una carta que había llegado esa mañana.   Era la factura de electricidad, y tenía un aumento considerable respecto de la anterior.   Adriana se dio la vuelta y aproveché para tomar una tostada de la mesa; a veces me daba vergüenza que me viera comer. Poco después intenté calmarla, pero todo resultó para peor:   –Hace unos días dejé mi currículum a un tipo que prometió conseguirme algo –dije–. Estoy esperando que me llame. Si no tengo suerte esta vez, iré a ver si me devuelven mi viejo empleo.   –¡Todos los días dices lo mismo!   –Sabes bien que odio ese lugar –dije–. No quiero pasar otros trece años haciendo notas aburridas para esa estúpida revista.   Adriana apoyó sus manos sobre la mesa y me miró fijamente a los ojos:   –Pues mientras buscas algo mejor haz lo que sea; yo tampoco adoro mi trabajo.   Adriana tomó su cartera y fue a llevar a Giselle al colegio sin siquiera saludarme:   –Chau, papi –dijo mi hija mientras mi esposa la llevaba apurada tomándola del brazo.   Me quedé solo en la casa, en ropa interior, tomando un café frío con la mañana perdida.   Fui a sentarme frente al televisor y comencé a alternar entre los canales de noticias intentando ver algo que me distrajera un poco. El equipo de baloncesto del Sportivo Saccheri había pasado a la segunda ronda del torneo local, la temperatura de verano acababa de superar un récord de hacía veinte años, una actriz no se había dado cuenta de que su vestido estaba rasgado durante una entrega de premios…; las mismas noticias de siempre.   De repente vi algo que captó mi atención. Hablaban sobre un macabro suceso en Santa Fe. Un hombre había sido hallado asesinado en su departamento, a pocas cuadras de mi casa.   Un oficial de la policía explicó que encontraron a la víctima colgada en la pared, de cabeza, y que lo habían degollado vivo. Lo más extraño era que el suelo estaba limpio; como si los asesinos hubiesen llevado la sangre para un uso que nadie se atrevería a imaginar.   Luego de entrevistar al policía, el periodista hizo preguntas a los vecinos del occiso, y una señora mayor dijo algo que me estremeció:   «Son los miembros de una secta; se llevan la sangre de un inocente para sus rituales. No es la primera vez que veo algo así. Cuando era niña, en mi pueblo vivían unos indios adoradores del Wingakaw, y estas cosas pasaban todo el tiempo».   No sé si fue el tono de la señora, el gesto del periodista o si fue el mismísimo Wingakaw quien me estaba llamando usando ese incidente como medio. Solo sé que no pude olvidar esa noticia en todo el día.   ... ...continúa en la segunda parte...


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