Volver a la Alhambra

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Los torniquetes se abrieron y unos pocos turistas se acercaron a la entrada. Temprano por la mañana la corriente principal de los turistas todavía no había llegado y no había atacado la fortaleza eterna. Entré en el territorio del museo, acompañado por el dulce canto de los pájaros y desapareci? en las sombras de los árboles enormes que bordeaban el largo callejón. Me parecía que ellos bailaban flamenco como las gitanas.

En el primer lugar al que fui, a los jardines del Generalife, estaba rodeado por un número infinito de flores y fuentes burbujeantes. Me sentí como un sultán, caminando por las sendas y dibujando el futuro de su país. Bajo mis pies aquí y allá, bajo las barras fluían arroyos artificiales que suministraban la Alhambra con agua. Desde los jardines tuve la mejor vista del castillo. Aquí él se revelaba en todo su esplendor.

Fluí hacia el palacio, o bien dicho, a todo el conjunto de instalaciones impresionantes. Los interiores eran también exquisitos y espectaculares. Ornamentos de escritura árabe se dispersaron inusualmente en las paredes, que recordaban  a los antiguos dueños de esta tierra. Techos abovedados parecían estar hundidos en casas de azúcar, volteados al revés. Me imaginé como había pasado el tiempo aquí Boabdil, el último emir de Granada, antes de entregar su reino a los reyes católicos Fernando e Isabel. Dentro de estas paredes acabaron más de setecientos años de la época de los moros en España.

Crucé el patio donde se encontraba un largo estanque, alimentado por fuentes pequeñas y apenas audibles. Este es el estilo árabe, el sonido del agua no ahoga los pensamientos. Llegando al final del estanque miré mi gran reflexión en el fondo del cielo azul y las nubes flotantes. En el otro extremo del estanque  el grupo de turistas asiáticos, chinos o japoneses, apareció de la nada. Sus siluetas en el agua en la distancia parecían bastante pequeñas en comparación con mi figura gigantesca. Me sentía como Gulliver en el país Lilliput, perdido en los laberintos de su ciudad del juguete.

Salí del palacio a la plaza. Ella estaba llena de un sinfín de multitudes de turistas. En su multilingüismo me pareció que estaba en algún lugar en un planeta distante. Todos estos retumbantes, gruñidos, maullidos, ladridos, croares, silbidos de los idiomas extranjeros me volvieron loco.

De pronto, en la corriente infinita vi a mi madre, que miraba con ansiedad en algún lado.

- Mamá! - traté de gritar, pero resultó algo de sibilancias.

Sin embargo, ella se fijó en mí, sonrió y saludó con la mano. En el momento siguiente la multitud la oculto?. Corrí al lugar donde ella había estado. Me moví salvajemente de lado a lado, empujando a los turistas indignados. Todo fue en vano. Ella desapareció.

Iba aquí con ella hace algunos años. Le gustaba la Alhambra. Aquí fue su último viaje.

Pasó  el mediodía. El calor presionaba por todos lados. Me pareció que era demasiado caliente y empecé a tener alucinaciones.

Un soplido de viento me recordó sobre la brisa del mar. Basta de tristeza! Vuelvo a Málaga, al mar. ¡Quiero bañarme! 

 


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