El diario de Olga

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      Llevo casi dos meses en esta casa. Confieso que al principio tenía miedo, pero luego todo ha ido bien. Padre dice que no tenemos nada que temer y, aunque una vocecilla me dice que el mundo no está hecho para optimistas, respeto a mi padre y me esfuerzo por hacer mía su confianza.

     No puedo quejárme, hay comida y estamos todos juntos. Nos dejan salir de vez en cuando al jardín interior. Alguno de los muchachos es bien parecido, supongo que solo cumplen con su deber aunque me gustaría, sí, me gustaría poder hablar con ellos de manera más relajada. Después de todo soy solo una joven que no hace mucho cumplió la mayoría de edad.

        El servicio nos acompaña y se encarga de atendernos. También está con nosotros el médico, nuestro médico. Mi hermano está mejor, últimamente, por fortuna, no ha tenido ninguna inoportuna caída. En el pasado cualquier incidente era sinónimo de crisis. Aquel hombre desapareció de nuestras vidas, y con él sus promesas vacías y sus engaños. Quizás no mereció ese final. Yo no soy nadie para juzgarle, la justicia, si es que existe, está en manos de Dios.

         Hace unos días ha llegado un tipo nuevo, se llama Yakov o algo así. Nos controlan más desde que el está aquí y las visitas al jardín son escasas. Mi madre tiene una mirada pensativa, a veces melancólica, pero cuando está con mi padre sonríe. Mis hermanas, incluso la más pequeña, viven despreocupadas, o al menos disimulan muy bien, supongo que es ese optimismo que aun me resulta dificil de asimilar.

           Parece que hoy nos vamos de aquí. Nos hemos puesto los mejores trajes. Mi padre sonríe pero no se decir si esa sonrisa es de verdad. La vocecilla ha vuelto, estoy nerviosa y no sé muy bien el motivo. Estoy nerviosa pero no me parece apropiado mostrar ese sentimiento a otros, no enfrente de mi familia, de mis hermanos. Después de todo tenemos un deber que llevar a cabo somos... De repente recuerdo el sueño, parte del sueño. Estoy afuera, aquí, pero en lugar de una casa hay una iglesia y gente orando, una niña dice un nombre "Olga". Nos llaman, nos vamos. Por el rostro de la niña se deslizaba una lágrima. Olga, yo también me llamo así... El vestido se siente algo pesado... mi madre no se fía y ha cosido las joyas en su interior... una armadura para una batalla desigual... Ya vienen, nos vamos, me voy...

 

Epílogo 

         Mi nombre no importa. Solo quiero decir que yo no lo hice, no fui capaz de ello. No lo hice pero estuve allí, testigo del odio. Me negué a aquello y aun así los fantasmas me persiguen. Hoy, muchos años después, el mundo ha conocido el paradero de la familia, en un bosque, bajo tierra. Hoy he decidido escribir estas líneas y publicar este diario que encontré en otra habitación, un diario que no figura en los libros de historia, un diario que pudo haberse escrito o no. Un diario en el que no hay nombres, ni títulos nobiliarios que confundan, si no solo el relato de una joven de veinti pocos años a la que el destino guardaba un trágico final.

 


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