La choza (Parte 3)

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-VI-

A medida que se iban acercando hasta el bosque, la ventisca iba permitiendo poco a poco perfilar el entorno que los rodeaba, pero la nieve se había acumulado tanto alrededor de la choza que ni siquiera parecía lo que realmente era. El pequeño cazador pudo observar (no sin cierto resquemor) el mal estado que presentaba lo poco que podía verse del refugio. Mediría poco más de dos metros de altura y ocupaba una circunferencia de ocho, aproximadamente; la estructura parecía estar hecha al estilo de un iglú, pero con gruesas ramas de abeto. El techado era un conglomerado de ramas y helechos que cumplía perfectamente su función. También podía verse la mitad de la puerta que daba acceso al interior, hecha también de una madera corroída por el paso del tiempo, los insectos y los duros inviernos. Su único batiente entornaba un par de centímetros, aunque daba la sensación de no haberse abierto en muchos años.

Lo cierto es que Astuk creyó reconocer ese lugar, y era consciente de que había pisado su fronda en otras ocasiones, pero no recordaba haber visto la extraña choza que tenía ahora frente a sí. Tanto Breka como Talum mostraron un creciente nerviosismo y comenzaron a emitir unos gruñidos amenazadores. Intentó calmarlos acariciándoles los lomos y exigiéndoles silencio; después los soltó del arrastre para que se guarnecieran y esperaran sus órdenes. Ambos perros, siempre fieles a su dueño, trataron de domeñar su carácter y sentaron con obediencia ciega sus traseros en la nieve. Se limitaron entonces a vigilar el entorno que los rodeaba, pero sus gruñidos de desconfianza seguían estando presentes, un tanto más ahogados y contenidos por la autoritaria orden de su amo.

Astuk notó que no apartaban la vista de aquella enigmática puerta. Se desprendió del arco y lo dejó cuidadosamente en el trineo, pero mantuvo cerca de sí uno de sus arpones para utilizarlo en caso de ser necesario. Sin perder más tiempo cogió la pala y comenzó a retirar la nieve que le impedía la entrada. Seguía nevando con fuerza y, aunque el viento había calmado su ira levemente, tendría que darse prisa y acceder cuanto antes al interior junto con sus buenos amigos.

Al cabo de un rato, la puerta por fin estuvo dispuesta a ser franqueada; se preparó para desvencijarla con una de las puntas del arpón. Tiró con fuerza hasta que consiguió abrirla a medias, pero no pudo vislumbrar en el interior; la noche ya se había echado encima definitivamente y la penumbra impedía ver más allá de un cuarto de lanza…

Estaba exhausto, su único pensamiento era entrar y llamar a sus perros para darse calor y mutua compañía hasta que el temporal amainara.

-VII-

Finalmente, entró… Pero los perros se negaron.

Cuando quiso darse cuenta de la encerrona ya fue tarde para él. La puerta se bloqueó tras de sí y el suelo se abrió en una furiosa espiral de aguas heladas. Astuk perdió pié y cayó en su infernal movimiento, sintiéndose irremisiblemente succionado, como si la boca de una gran ballena ártica lograra sustraer todo el plancton marino y fuera a parar a su negro estómago tragado a través de una garganta de terror.

Mientras, en el exterior, oyó los ahogados ladridos de sus perros y notó la angustiosa sensación de la progresiva lejanía de esos queridos sonidos hasta su completa desaparición.

Notó cómo su viaje hacia el fondo de las frías aguas se iba precipitando cada vez más rápido, pero sin tener sensación alguna de perder su respiración. Mientras duró la fuerza de aquella succión diabólica (quizás minutos, quizá segundos, no pudo discernirlo), su cuerpo se fue empequeñeciendo a medida que se hundía al cruzarse con enormes marsopas, cachalotes y extrañas criaturas de tamaños que jamás había visto. Una raya de proporciones gigantescas azuzó con destreza su enorme arpón trasero y atravesó sin esfuerzo el lomo de un cetáceo cuyo cuerpazo no tenía nada que envidiar al tamaño de la atacante… La visión casi le hizo perder la cordura. Antes de caer en el desvanecimiento total pudo ver el fondo arenoso del océano, cubierto de algas y coralinas edificaciones, brindándole la mullida cama de un descanso eterno.

Fue consciente en ese momento que esa sería su última morada.

Sus últimos pensamientos fueron para Kalaac, y perdió el conocimiento.

 

(Continúa...)


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