La cordura de un obrero

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La cordura de un obrero

Fui un disciplinado obrero, que se levantaba desvelado de madrugada todosdías para viajar hasta la lejana fábrica, con el tinte de una sombra. Pasaba diez horas ajetreado, mirando al suelo culpable y escuchando las ordenes de los jefes, ocupados en vender mi trabajo, sin dejar de gritarme: ¡a callar, abusivo holgazán! o te despediré...
A ella, recuerdo haberla visto en las noches, ella había dejado de reconocerse a sí misma.
No obstante jamás recurrí a la ebriedad para olvidar que sin importar mi esfuerzo y fe, todo a mi alrededor me desmoronaba dejándome miserablemente solo.
Para acortar la agonía decidí voluntariamente desprenderme de todo, ser sordo, ciego, mudo y dejar a la memoria partir.
Inicié el ritual, con dos lenguas de fuego en mi espalda disparándole a ella (solo entonces pude recordar el hermoso momento en que la vi por primera vez). Después fui al trabajo, y dispare a todo conocido. Y al fin sin temor, a mi propia persona. No sé cuánto tiempo después recobré la conciencia. Yo estaba tirado sobre la banqueta, sin poder moverme, sangrando dolorosamente. La policía removía la huelga y los compañeros que aún no habían caído, corrían en todas direcciones. Los disparos estremecían el cielo, y los magnófonos aplastaban: ¡Callen, mal agradecidos, dispersaos!...


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