La joven me miró críticamente, como si ese comentario no le hubiera gustado .-Bueno, creo que ya he acabado por aquí, será mejor que me marche, tengo mucho trabajo por hacer.
Me pareció que le incomodaba la situación así que asentí con la cabeza y la acompañe a su vehículo, la seguí con la mirada mientras abandonaba el límite de mis tierras. .- Maldito pueblo de locos.- murmuré cuando solo quedaba una nube de polvo en el camino Rebusque en los bolsillos de mi chaqueta hasta dar con las llaves de mi ranchera y me dirigí con paso firme hacia el vehículo, metí las llaves en el contacto y trate de encenderlo, nada, no hubo intención de arrancar, trate de encender la radio con el mismo resultado, era como si algo hubiese absorbido la corriente de la batería, estaba seca.
Con resignación me acerque al establo del purasangre y me dispuse a ensillarlo .-¡Hola pequeño!, creo que tu y yo nos vamos a dar un pequeño paseo.
Segunda parte
El camino hacia el antiguo pueblo transcuyo con normalidad, aunque no podía quitarme la idea de que contra más me acercaba al pantano más abundante y extraña se volvía la vegetación, los árboles eran demasiado gruesos y torcidos, los arbustos parecían haber desarrollado una rara inclinación por las espinas y los nudos.
Cuando llevaba recorrido tres cuartas partes del camino algo se cruzó asustando al caballo, no lo pude ver bien, parecía un gato pero juraría que tenía extremidades de más. Tardé varios minutos en poder tranquilizar a mi caballo y poder reanudar la marcha .-No es nada, tranquilo pequeño.- susurre mientras acariciaba al animal
Al poco tiempo pude entrever la choza.
Se situaba en una planicie relativamente elevada, que la salvó de quedar completamente sepultada por las aguas, tenía un aspecto maltrecho y definitivamente parecía más antigua que mi residencia.
El caballo no parecía estar muy por la labor de acercarse mucho, quizás aún estaría nervioso del sobresalto anterior, así que no lo forcé, me baje y ate las riendas a la sombra de un viejo y enfermo roble, al menos lo que yo pensaba que era un roble.
Me acerqué a la choza con cautela, observando su estado ruinoso. La madera de las paredes estaba podrida, el techo hundido en algunas partes. Las ventanas, apenas sostenidas en sus marcos, reflejaban un pasado de abandono. Empujé la puerta con suavidad, y esta se abrió con un chirrido prolongado y lastimero.
En el interior, la penumbra era casi total, pero pude distinguir una figura sentada en una vieja silla de ruedas. Un anciano de aspecto frágil y desaliñado levantó la cabeza al oír mis pasos.
-¿Quién... quién está ahí?- murmuró, su voz temblorosa y apagada.
-Me llamo... -me detuve un segundo, dándome cuenta de que no había pensado en cómo presentarme- soy el dueño de la granja al otro lado del pantano. ¿Usted es el Sr. Maldonado?
El anciano me miró con ojos nublados, como si intentara recordar algo.
-Sí... sí, eso creo. Maldonado... así me llamaban... ¿Qué quiere?-
-He encontrado unas piedras extrañas alrededor de mi casa. Me dijeron que usted podría saber algo al respecto.
El viejo soltó una risa seca y vacía.
-Piedras... sí, las piedras. Las puse allí para protegerme... protegerme de ellos.-
-¿De quién habla? ¿Qué está pasando?- Intenté mantener la calma, pero algo en su tono y en sus palabras me ponía nervioso.
-El pantano... las aguas... ellos vinieron con las aguas.-
Sus palabras eran confusas y no parecían tener sentido. De repente, el anciano pareció tener un momento de lucidez y me miró fijamente.
-Cuidado... cuidado con el sótano. La piedra... la piedra no debe despertar.-
-¿Qué piedra? ¿De qué está hablando?-
El anciano volvió a su estado confuso, murmurando incoherencias sobre las aguas y las piedras. Decidí no presionarlo más. Agradecí al Sr. Maldonado por su tiempo y regresé al caballo, montando de vuelta a la granja con más preguntas que respuestas.
Al llegar, los albañiles ya estaban trabajando en el sótano. El sonido rítmico del taladro neumático resonaba en toda la casa. Dejé al caballo en la cuadra y me dirigí a ver cómo avanzaban las obras.
Bajé las escaleras del sótano y el olor a humedad era aún más fuerte. Los albañiles estaban concentrados en su trabajo, removiendo los escombros y limpiando el lodo oscuro. De repente, noté algo extraño en su comportamiento. Uno a uno, comenzaron a actuar de manera errática, moviéndose lentamente y con miradas vidriosas.
El único que parecía ajeno a todo era el joven albañil con el implante coclear. Se movía con rapidez, tratando de llamar la atención de sus compañeros sin éxito. Finalmente, se dio cuenta de mi presencia y, con gestos desesperados, me hizo señas para que me acercara.
-¿Qué pasa?- le pregunté, tratando de entender su pánico.
El joven señaló el taladro neumático y luego una misteriosa piedra esférica que había quedado al descubierto en medio del sótano. Era una esfera oscura, pulida y lisa, que parecía emitir un leve brillo bajo la luz artificial.
De repente, el sonido del taladro se intensificó y sentí una vibración extraña que me recorría el cuerpo. Mis pensamientos se nublaron y me sentí incapaz de moverme, entrando en un estado catatónico.
El joven albañil, dándose cuenta de lo que ocurría, corrió hacia el taladro neumático y lo desenchufó de inmediato. El ruido cesó y, con él, el efecto de la esfera. Poco a poco, recuperé la movilidad y la claridad mental.
Los otros albañiles también comenzaron a despertar de su trance, mirando alrededor confundidos y asustados. Se alejaron de la esfera, murmurando entre ellos con pánico evidente. Fue entonces cuando uno de los más veteranos se acercó a mí con el rostro desencajado.
-No queremos saber nada más de esta obra, señor. Esto es cosa del diablo o de algo peor. .-
Intenté calmarlo, pero sus palabras, llenas de temor, resonaban entre los demás, que asentían con nerviosismo. No había mucho que pudiera decir para convencerlos de quedarse.
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