Los albañiles se marcharon apresuradamente, dejándome solo con la inquietante esfera en el sótano.
Esa noche, no pude dormir. Los ladridos de Blacko y los ruidos inquietantes provenientes del establo me mantenían en vilo. Al amanecer, me dirigí a la cuadra de las cabras, notando de inmediato que algo estaba terriblemente mal.
Las cabras, normalmente apacibles, habían comenzado a cambiar de manera extraña y aterradora. Sus ojos, antes tranquilos, ahora reflejaban un brillo antinatural y perturbador. Algunas de ellas habían desarrollado un pelaje más grueso y oscuro, y sus movimientos eran erráticos, casi violentos.
Me acerqué con cautela a la cabra que había estado enferma, notando que su comportamiento era el más alterado de todas. Sus balidos eran agudos y constantes, llenos de una angustia que me puso los pelos de punta. Parecía no reconocerme, y cuando intenté tocarla, retrocedió bruscamente, lanzándome una mirada que parecía casi humana en su hostilidad.
El pánico se apoderó de mí al darme cuenta de que la esfera tenía algún tipo de influencia sobre los animales, especialmente sobre las cabras. Cada día, sus comportamientos se volvían más erráticos y aterradores, afectando no solo a ellas, sino también a la tranquilidad de toda la granja.
Blacko, el fiel pastor belga, también comenzó a actuar de manera extraña, evitando la cuadra y manteniéndose cerca de mí en todo momento, como si sintiera que algo siniestro estaba ocurriendo.
Mientras observaba a las cabras, noté que una de ellas comenzaba a comportarse de manera aún más inquietante. Sus movimientos eran espasmódicos, y de su boca salía una espuma blanquecina. Se movía en círculos, balando con desesperación. Decidí llamar de inmediato a la veterinaria para que viniera a ver lo que estaba sucediendo.
La veterinaria llegó poco después, con una expresión de preocupación en su rostro al ver el estado de las cabras.
-¿Qué les ha pasado? Estaban bien la última vez que las vi- dijo mientras examinaba a la cabra enferma.
-No lo sé. Todo comenzó después de que los albañiles encontraron esa esfera en el sótano.- Le expliqué, señalando hacia la casa.
La joven veterinaria frunció el ceño y se dirigió al sótano conmigo. Al llegar, la vista de la esfera la dejó atónita.
-¿Qué es esto?- murmuró mientras se acercaba con cautela.
-No lo sé, pero parece que está afectando a los animales. Y también afectó a los albañiles.-
Ella asintió, sin apartar la vista de la esfera. Tomó algunas notas rápidas y luego sugirió que moviéramos la esfera a un lugar aislado, lejos de la casa y de los animales. Sin embargo, ambos sabíamos que mover esa cosa no sería fácil ni seguro.
Decidimos intentar envolver la esfera en varias capas de material aislante que encontré en el almacén. Con mucho cuidado, logramos cubrirla y moverla a una esquina del sótano, esperando que eso redujera su influencia.
Con la esfera parcialmente aislada, la veterinaria y yo volvimos a la cuadra. Las cabras parecían algo más tranquilas, pero seguían mostrando signos de estar afectadas.
-Tenemos que observarlas de cerca y ver si su condición mejora.- dijo la veterinaria, aún preocupada. -Y te recomiendo que evites acercarte a esa esfera hasta que podamos entender mejor lo que es y cómo manejarla.-
Asentí, sabiendo que tenía razón. La esfera seguía siendo un enigma, y hasta que descubriéramos más sobre ella, la seguridad de todos en la granja estaba en peligro.
Los días siguientes fueron tensos. Las cabras mostraban una ligera mejoría, pero aún había momentos en que sus comportamientos eran alarmantes. Blacko continuaba vigilante, sus ladridos nocturnos sugiriendo que sentía algo que nosotros no podíamos ver.
ver.
Decidí reforzar la seguridad de la casa y el establo, y me mantuve en contacto constante con la veterinaria. Pero también sentí la necesidad de investigar más a fondo sobre la esfera. Recordé que la casa tenía un viejo desván al que nunca había prestado mucha atención. Decidí revisar el desván en busca de cualquier cosa que pudiera darme una pista sobre la esfera.
Subí las escaleras polvorientas que conducían al desván y, al abrir la puerta, me encontré con una estancia llena de cajas viejas, muebles cubiertos con sábanas y un aire de abandono. Encendí una linterna y comencé a explorar, revisando caja por caja, esperando encontrar algo útil.
Después de horas de búsqueda, finalmente encontré una caja marcada con las iniciales "G.M." que, según los documentos de la venta de la granja, correspondían al abuelo del anterior propietario. Dentro de la caja, hallé varios libros antiguos, cuadernos de notas y fotografías descoloridas. Uno de los libros llamó mi atención de inmediato. Era un volumen grueso, encuadernado en cuero, con un título en latín que apenas podía descifrar: "De Sphaeris Antiquis" (Sobre las esferas antiguas).
Llevé el libro y las notas al salón y comencé a leer. El texto estaba escrito en una mezcla de latín y griego, lleno de ilustraciones de esferas similares a la que había encontrado en el sótano. Las notas del abuelo explicaban que estas esferas eran artefactos antiguos, vinculados a civilizaciones perdidas y a fuerzas que desafiaban la comprensión moderna. Los textos advertían sobre los peligros de activar las esferas, sugiriendo que eran capaces de alterar la mente y la realidad misma.
Mientras leía, sentí una mezcla de temor y fascinación. La esfera no solo afectaba a los animales, sino que podía representar un peligro mucho mayor si no encontraba la manera de neutralizar su influencia.
Decidí visitar a Don Eusebio un anciano famoso por su excentricidad, llevándole el libro y las notas para ver si podía arrojar más luz sobre el asunto. Don Eusebio, al ver el libro, palideció visiblemente.
-Esto es peor de lo que pensaba.- murmuró. -Las esferas... mi abuelo también hablaba de ellas. Decía que eran instrumentos de antiguos ritos, capaces de convocar fuerzas que no comprendemos.
Le pedí a Don Eusebio que me ayudara a traducir y entender mejor el contenido del libro. Pasamos horas trabajando juntos, descifrando las advertencias y los antiguos métodos que podrían ayudar a contener o incluso desactivar la esfera.
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