La esfera 7/8

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Un estruendoso rayo cayó entonces sobre el cubo metálico que colgaba del pozo, haciendo que el metal resonara como una campana gigante. La vibración y el estruendo casi me hicieron perder el equilibrio. Decidí que era demasiado peligroso permanecer fuera y corrí de vuelta a la casa en busca de refugio.

Mientras avanzaba hacia la casa, los destellos de los relámpagos iluminaban la oscuridad, y en esos breves momentos de luz, me pareció ver sombras que se movían entre los árboles y los edificios. Eran figuras indistintas, pero su mera presencia me llenó de un terror primitivo.

Al llegar a la casa, cerré la puerta de golpe y me apoyé contra ella, tratando de recuperar el aliento. Los relámpagos seguían iluminando el interior, y con cada destello, parecía que las sombras se volvían más densas y definidas, acercándose lentamente.

Blacko, que había estado a mi lado todo el tiempo, comenzó a gemir y me di cuenta de que estaba herido. Tenía una profunda mordida en el costado, y la sangre manaba lentamente de la herida. La desesperación y el miedo se mezclaban mientras buscaba desesperadamente algo con qué ayudar a mi fiel compañero.

La tormenta rugía fuera y las sombras dentro de la casa parecían cobrar vida con cada relámpago, moviéndose con una intención que no podía comprender.

El estruendo de la tormenta se mezclaba con mis pensamientos caóticos mientras trataba de mantener la calma. Blacko, herido y gimiendo, necesitaba atención inmediata. Rápidamente, rasgué una camiseta vieja y la utilicé para improvisar un vendaje, presionando firmemente sobre la herida para detener el sangrado.

Afuera, el viento aullaba y los relámpagos seguían iluminando la oscuridad. De repente, escuché un sonido que me heló la sangre: golpes rítmicos y balidos distorsionados provenientes de la cuadra. Me levanté con cautela, mi escopeta en mano, y me acerqué a la ventana.

Las cabras, antes enfermas pero reconocibles, habían cambiado. Sus cuerpos ahora se erguían de una manera antinatural, sus ojos brillaban con una inteligencia siniestra y sus extremidades se alargaban en formas perturbadoras. Moviéndose torpemente en dirección a la casa, sus balidos se habían transformado en gritos guturales, llenos de rabia y hambre.

Traté de bloquear la visión de las criaturas asediando la casa, pero su avance era implacable. Blacko, aún débil pero consciente, gruñía con fuerza renovada. Sabía que no podía dejar que esas cosas entraran.

Cerré todas las puertas y ventanas con lo que tenía a mano: muebles, tablas, cualquier cosa que pudiera servir de barrera. Las criaturas seguían golpeando, sus manos y pezuñas rascaban las paredes, y sus gritos se intensificaban con cada intento fallido de entrar.

De repente, un estruendoso golpe sacudió la puerta principal. Miré a través de la mirilla y vi una de esas abominaciones golpeando con una fuerza increíble. Apunté la escopeta y disparé a través de la madera, el sonido del disparo resonando en la tormenta. La criatura cayó hacia atrás, pero otras dos tomaron su lugar.

Sin tiempo para pensar, recargué rápidamente y disparé de nuevo. Sabía que no podría mantener esto por mucho tiempo. Las sombras dentro de la casa parecían moverse con vida propia, intensificándose con cada relámpago, como si se alimentaran del miedo y la desesperación.

Blacko se levantó, tambaleándose pero decidido a luchar a mi lado. Le acaricié la cabeza con una mano temblorosa mientras mantenía la escopeta apuntando hacia la puerta con la otra. Los golpes no cesaban, y las criaturas no mostraban señales de cansancio.

Entonces, algo cambió. Los balidos de las cabras se transformaron en una especie de cántico rítmico, un sonido vibrante y profundo que parecía resonar en mi propia cabeza. Sentí que las vibraciones se intensificaban, y con ellas, la esfera en el sótano comenzaba a emitir un brillo inquietante que se filtraba a través de las grietas del suelo.

La realidad a mi alrededor empezó a torcerse. Las paredes de la casa se curvaban y estiraban, los muebles se distorsionaban en formas imposibles, y las sombras parecían cobrar vida propia, bailando y retorciéndose con una voluntad maligna. Cada destello de los relámpagos revelaba una escena de pesadilla.

Con cada cántico de las criaturas, sentía que la esfera ganaba más poder. El suelo bajo mis pies vibraba, y me costaba mantener el equilibrio. Sabía que si no encontraba una forma de detener ese sonido infernal, todo estaría perdido.

Corrí hacia el sótano, mi escopeta en mano, decidido a enfrentar la fuente del mal. Blacko, a pesar de su herida, me siguió, cojeando pero decidido. Al llegar, vi la esfera emitiendo un resplandor cegador, sus pulsaciones sincronizadas con los cánticos de las cabras.

 

 


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