Corrí hacia el sótano, mi escopeta en mano, decidido a enfrentar la fuente del mal. Blacko, a pesar de su herida, me siguió, cojeando pero decidido. Al llegar, vi la esfera emitiendo un resplandor cegador, sus pulsaciones sincronizadas con los cánticos de las cabras.
Intenté acercarme, pero una fuerza invisible me repelió, lanzándome contra la pared. El impacto me dejó aturdido, y por un momento, todo se volvió borroso. Sentí que la realidad se desintegraba a mi alrededor, los gritos de las cabras y el zumbido de la esfera se entrelazaban en una cacofonía que amenazaba con hacerme perder la cordura.
Las criaturas estaban cada vez más cerca. Las puertas y ventanas comenzaron a ceder bajo su fuerza implacable. Desesperado, recordé el tanque de gas de la vivienda. Sabía que era una decisión drástica, pero no veía otra salida. Estaba decidido a volar todo por los aires.
Con Blacko a mi lado, nos dirigimos hacia la cocina, donde estaba el tanque de gas. Con manos temblorosas, encendí la estufa y abrí todas las válvulas, dejando que el gas se escapara. Las criaturas se acercaban rápidamente, y su canto infernal resonaba en toda la casa.
El gas se acumulaba rápidamente y el ambiente se volvía irrespirable. Tomé a Blacko en mis brazos, sabiendo que este era el final. Una de las criaturas se abalanzó sobre nosotros, y con lágrimas en los ojos, apreté el gatillo de la escopeta una última vez. El disparo hizo que el fuego alcanzara el gas, y en un instante, todo explotó.
La explosión fue ensordecedora. Sentí el calor abrasador y el impacto me lanzó fuera de la casa, dejándome inconsciente.
Desperté en medio de la oscuridad, con el sonido de las sirenas en la distancia. Todo había pasado, y al contar lo sucedido, nadie me creyó. La veterinaria, por miedo, negó todo lo ocurrido y cualquier relación conmigo. Sin pruebas y con mi granja reducida a cenizas, me internaron en una institución mental.
Pasaron los días, y mi mente fragmentada por la experiencia me llevaba a revivir aquellos momentos una y otra vez. Sabía que debía dejar constancia de lo ocurrido, aunque nadie me creyera. Con las manos temblorosas, comencé a escribir mi relato:
-Quiero dejar constancia, debo de hacerlo, si alguien tiene intención de hacerme hablar lo negaré todo, no quiero que se ponga en duda mi salud mental.-
Mientras escribía, una sombra se deslizó por el pasillo. Levanté la vista y vi tres figuras en la penumbra de mi habitación. Se acercaron lentamente, sus rostros ocultos en la oscuridad. Una voz susurró con un tono ominoso:
-Nunca debiste retirar las piedras.-
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