La vieja carretera 1/2

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Siempre había evitado la vieja carretera que va desde San Esteban a Puerto Nuevo. De hecho, todos en la región la evitaban. Los motivos eran todos bien distintos. Unos decían que, con la construcción de la autovía, la carretera había quedado obsoleta. Otros, comentaban que el tránsito por ella era prácticamente imposible, pues debido al abandono, la naturaleza casi la había engullido. Unos pocos hablaban de conductores que se habían adentrado en ella y que algo les había hecho dar la vuelta. Y menos aún son los que dicen que hace tiempo que hay algo viviendo en los bosques que atraviesa, aunque siempre esta teoría ha prevenido de gente de avanzada edad, por lo que todo aquel que no haya experimentado lo que yo experimenté ese día, bien podría atribuir esta razón al folclore popular y a las leyendas locales.

En cualquier caso, ese día me apetecía conducir, tenía el día libre y ninguna prisa por llegar rápido a casa, así que por algún motivo que aún no sabría confirmar, decidí recorrer el camino de vuelta a través de la vieja carretera. Eran aproximadamente las 17:50 cuando llegue al cruce que me llevaba a ella, sintonicé mi emisora de radio favorita y tome el desvío que me llevaría al camino del bosque. Tras unas palabras del locutor de radio comenzó a sonar, curiosamente, “Highway to Hell”, quizás como premonición de lo que estaría por venir. Subí ligeramente el volumen y me adentré al fin por el camino.

Ciertamente el abandono de la vía era notable a los pocos metros; hojas, ramas y cortezas secas de árboles, hacían que el tránsito por ella fuese a una velocidad menor a la recomendada. Había ciertas zonas donde el asfalto había sido levantado por la fuerza de las raíces y los numerosos baches hacían que circular por ella fuese un ejercicio de paciencia.

Me adentré algunos metros más; aquí, los árboles parecían no cejar en su empeño de intentar bloquear los escasos rayos de sol. Crecían altos y densos, oscureciendo notablemente la zona. A unos metros sobre la carretera, sus ramas se entrecruzaban unas con otras de un lado a otro de la vía, dando la impresión, de estar sellando algún tipo de pacto silencioso.

“Realmente, la naturaleza es dueña y señora del lugar” pensé, cuando la señal de la radio comenzó a fallar. Poco a poco, la música fue dando paso a un ruido blanco constante que hizo que me decantara por cambiar de emisora, no obstante, en vano, pues parecía que el bosque bloqueaba cualquier señal de radio. Finalmente opté por apagarla y conduje en silencio, escuchando solo el suave sonido del motor de mi coche.

Conduje durante varios metros más, y una repentina niebla hizo acto de presencia. Pronto encendí las luces de mi coche, no en vano tarde, ya que no pude esquivar ni frenar el vehículo a tiempo, antes de pasar por encima de un bulto tumbado en la carretera. El golpe hizo que el vehículo vibrase, acompañado de un golpe seco y sordo. Frené soltando una maldición, ¿había atropellado a un animal? Abrí la puerta de mi coche y me bajé despacio; la niebla era tan densa que apenas lograba ver el final de mi coche. Avancé unos pasos, el bulto comenzaba a ser visible así que lo hice con cautela; esperé para ver si reaccionaba, se movía o si emitía algún tipo de sonido. Nada… sea lo que fuese, no parecía estar vivo, o tal vez, ni siquiera se trataba de un animal. Llegué a su altura y fue cuando descubrí que no me estaba equivocando, sí era un animal y no estaba vivo.

Se trataba de un ciervo joven muerto, contemplé al animal con pena… y con un ligero desasosiego. No parecía que llevase muerto mucho tiempo, la descomposición aún no había empezado y el cuerpo presentaba aún un buen aspecto, salvo… por sus heridas. Al pobre animal le faltaba la mitad del cuerpo, la herida, la zona por la que le habían cercenado la mitad inferior, era de forma irregular y grotesca, como, si hubiesen tirado de él en sentidos opuestos, como si dos animales hubiesen pugnado por él. Me agaché para contemplar mejor sus heridas, cuando un sonido a mi espalda llamó mi atención.

Me giré, pero como ya he dicho, la niebla era tan densa que apenas se podía ver a unos metros de distancia. Sentía mi corazón galopando en el pecho, identifiqué el sonido como el crujir de unas ramas, como si alguien o algo estuviese apartándolas para abrirse camino, y ese sonido, iba acompañado de un pesado arrastrar, algo parecido a unas lentas pisadas.

- ¿Hola? – pregunté, sin saber muy bien en qué dirección.

Pero el sonido no se detuvo; fue entonces cuando un sonido distinto hizo acto de presencia. Era como un chasquido húmedo, una especie de gorgoteo ahogado. Este sonido se reprodujo solo unos instantes, pero fue suficiente para llenar mi alma de terror, pues si el sonido pudo llegar a ser desagradable, más aún fue el hecho de descubrir que en sentido contrario de donde provenía, esos chasquidos obtuvieron una réplica exacta. Es curioso cómo actúa el miedo en el cuerpo humano, si bien puede hacer que en ocasiones nos llenemos de valor y seamos capaces de realizar actos que de otra forma nos seria casi imposible imaginar, en este caso, fue todo lo contrario, ya que mi cuerpo quedó completamente paralizado. Jamás había oído sonido igual, y lo desconocido y amenazante, es motivo más que suficiente para hacer que entremos en pánico.

Y por supuesto, eso es lo que ocurrió.

Lentamente sentí como mi respiración se agitaba, retrocedí lentamente no se bien en qué dirección, lo que si sé, es que en un abrir y cerrar de ojos, los restos del ciervo que tenía a escasos metros de mí, desaparecieron con un golpe seco.

Jamás podré olvidar el sonido que produce la carne y los huesos al ser masticados, ya que eso fue lo que aconteció a continuación. Entre la niebla pude ver formas borrosas moverse, chasquidos y crujir de huesos durante unos instantes en los que permanecí completamente petrificado, hasta que el silencio reinó nuevamente.

Un torrente de adrenalina me incitó a abandonar aquel lugar de terror lo antes posible, lentamente avancé hacia la puerta de mi coche evitando hacer ruido alguno, llegué hasta ella, la abrí despacio, pero no pude evitar que hiciese ruido al abrirse, un leve sonido, que resonó como un estallido en la quietud del lugar. En ese momento, maldije en silencio. Sentí una presencia detrás de mí, lentamente giré sobre mi mismo para descubrir el horror en todas sus formas.

 


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