Las nubes negras me persiguen cada mañana, con los fantasmas del temor y del miedo, que creí haber echado de mi vida. Camino solitaria, respirando el aire fresco de la mañana, que entra hasta mis pulmones y lejos de producirme una buena sensación, me ahoga. Unos patos nadan tranquilamente por el río y los miro al cruzar el puente, mientras tres jubilados haciendo deporte curiosean la mañana. Recorro el mismo camino, e inconscientemente mis pies me llevan sin mucho esfuerzo, pero los grilletes de mi alma hacen que camine cada vez más despacio. La mente se me despeja de repente y empieza a divagar, preguntándose, cómo he podido quedar atrapada así y por qué el único oasis que veo en medio de este desierto, es aquel en el que te creo ver, espejismo tan real en el que te acaricio la cara suavemente con mi mano, y eso inyecta en mi, la dosis de energía que necesito para pasar la mañana.
Demaseados candados para no caer, cerrojos sin llave de oxido y amor, que intento abrir con la ganzúa de la razón, valorando decisiones y consecuencias, pero las mariposas en mi estómago siembran el caos en mi ser, paralizando el olvido y llenando otra vez mi mente de nubes negras, nubes del amor no correspondido.
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