El deseo secreto de Lucía

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Lucía me pidió que le escribiera una nueva historia. Nada complicado, atardecer, farolas, y "él". No es que no quisiera hacer por ella algo que la podía hacer feliz. El inconveniente estaba en que deseaba a una pareja distinta, el protagonista de otra narración.

Prefiero no mencionar el nombre de la historia candente que hubo entre ellos y que hizo felices a tantos lectores, por respeto al personaje masculino que lo dio todo en aquellas letras.  El caso es que antes de decidirme a hacerlo, me encontré en un dilema, ya que ella es mortal y él un vampiro al que no imagino bailando un tango, pero sí hincándole los colmillos en su largo cuello. Intenté explicárselo, pero no quiso ni escucharme.

~º~

 

LUCÍA gustaba de pasear hasta tarde. Sus pasos siempre la dirigían al mismo lugar: el Arco de Triunfo. Aquél lugar fue el escenario de una cita que solo ella entendió, en otra historia, ya lejana en el tiempo. Quién sabe como hubieran sido las cosas si él hubiera comprendido...

Era esa hora del atardecer en que la luz es azul. Las farolas estaban encendiéndose. Luz ambarina dentro del cristal rodeado de un armazón de hierro bellamente forjado separaba el día de la noche.  —Me comentó Lucía que fue en ese momento cuando pensó de "esa" forma en Sergio.

SERGIO se negó por completo a decirme cómo se conocieron. Aunque sea inmortal, es todo un caballero. Con las ropas negras sobre la Harley y un gran lobo plateado decorándole la espalda tengo que reconocer que impresiona, pero una mirada a sus ojos te hace desear... justo eso, te hace desearle. Y él no escondió que también deseaba a Lucía.

A esa hora en que ya podía salir a la calle sin peligro a combustionar bajo un rayo de sol, emprendía ruta hacia cualquier lugar, simplemente dejándose llevar por el instinto. Él era oscuridad y su lugar favorito, las sombras.

Conducía despacio por las calles estrechas del barrio portuario, callejones oscuros apenas iluminados por humildes farolas forjadas el siglo pasado. Instinto. Se dejaba guiar, callejas y recovecos, pequeñas plazas vacías de vecinos y comerciantes. El tiempo no tenía sentido para él, disponía de tanto, que perder unas horas, unos días buscándola, no significaba nada. 

~º~

Lucía abandonó la zona, el Arco ya a sus espaldas, y enfiló una calle que se retorcía y llegaba hasta el mar. Apenas había ventanas iluminadas. Cerca, una farola apagada entre dos con luz, producía un bucle de oscuridad que casi se podía palpar. Y lo vio. Solo era un borrón oscuro frente a un callejón. Llegó a su lado. Se miraron.

–Lucía...

–Sergio...

Un saludo conciso, el encuentro era algo esperado por los dos. Ambos se estudiaban la mirada, calibraban la disposición del contrario. Dos seres seducidos antes de encontrarse. 

–Conseguiste dar conmigo... –el silencio quedó suspendido en el aire.

–Acaso lo dudaste en algún momento? –respondió él, finalizando la frase con una media sonrisa. –¿Subes?

Lucía no veía más que sus ojos enmarcados en oscuridad, pero saltaban chispas de esos pozos sin fondo. Cogió con ambas manos el casco negro que le entregaba y se situó detrás, entre él y una pequeña asa metálica. Asegurada la protección en su cabeza, el vehículo avanzó lentamente por las calles desordenadas, cruzándose de vez en cuando con algún individuo de andar errático, y no menos erráticas intenciones, hasta salir a la rambla que se dirigía ciudad arriba.

~º~

Desde la parada de un tranvía azul, la calle se elevaba serpenteando la montaña, y a ambos lados las casas señoriales escondidas tras enormes plátanos, parecían ignorar desdeñosamente el bullicio de la ciudad que se extendía a sus pies. La velocidad fue aminorando hasta que la Harley se introdujo en el aparcamiento de una edificación pintada de color gris marengo, apenas sin ventanas, únicamente era visible una que daba al noreste, donde nunca incidirían los rayos del sol. 

No entraron en la casa. Ella le siguió hasta la parte trasera donde una piscina de aguas oscuras se escondía dentro de un recinto acristalado, bajo una espesa vegetación. Traspasaron la puerta y un vapor humeante les alcanzó la piel. Sutiles hebras de plata que Lucía no podía dejar de mirar, hicieron brillar la oscura melena de Sergio que llevaba recogida con una goma elástica. Bajó la mirada cuando éste empezó a quitarse la ropa.

–¿Te apetece un baño? –Aún sentía el contacto en su espalda del femenino cuerpo.

–Me apeteces tú. –dijo Lucía levantando sus ojos. Sin duda, era la respuesta que él esperaba.

Lucía se acercó a Sergio, sus manos levantaron la camiseta negra pasándola por la cabeza. Saboreó su piel con ellas trazando surcos en el vello de su pecho. Estaban a la distancia de un beso. «Lucía». Sergio pronunció aquel nombre como llamada para que ella cruzara esa distancia. Era el momento que ella había anhelado desde que se había paseado por aquella historia de un tamarindo en flor.

~º~

No hubo prisa mientras se iban sacando la ropa y alternaban ávidos besos y largas caricias para aprenderse centímetro a centímetro. Desabrochar la gran hebilla del cinturón, los cierres del sujetador, labios que aspiraban el aliento de la noche... —Verdad que mientras yo perdía el tiempo dudando si escribir, sólo aumentó sus ganas.

Y la historia se me escapó de las manos. Antes de que me diera cuenta Lucía y el vampiro se sumergieron desnudos en el agua tibia. El torneado cuerpo de Sergio la acorralaba por la espalda en un abrazo y con las manos abarcaba sus senos llenos de deseo. Ella sentía la dureza de él colarse entre sus piernas, mientras aquellos labios que tanto la habían obsesionado recorrían su cuello. Ladeó la cabeza, ofreciéndose a él. 

«Espera». Sergio le dio la vuelta, la mujer le soltó la goma elástica y se desparramaron los rizos que habían estado aprisionados. Ella se aferró al pelo de la nuca. Le rodeó con sus piernas y pegada a ese cuerpo que la tentaba, se abalanzó sobre su boca. Otro beso. Mordió con fuerza su labio inferior saboreando un gusto metálico a sangre.

Él aulló de placer, el aroma de su propia sangre desató su instinto más profundo. Entró en ella con toda su envergadura al tiempo que clavaba extasiado sus incisivos en la blanca piel cerca de la garganta y succionaba poco a poco la vida de Lucía. Ella gritó al sentirse inundada completamente por él; el cuello le ardía y la consciencia menguaba. Iniciaron una danza desesperada. El roce de caderas la llevó a la rotura completa en un placer intenso que jamás había imaginado y ambos ardieron en el agua.

~º~

Flotaban abrazados, Sergio sosteniendo pegado a él el cuerpo femenino todavía tembloroso, limpiándole con ternura un pequeño resto de sangre de su piel. Y se abrió de improviso la puerta de cristal penetrando en el recinto caldeado una ráfaga de aire frío del exterior. Tan helada como esa brisa, chocó contra el agua una voz de mujer.

–Qué detalle, mi vida, me has traído el desayuno...

–¡SAM!

Desde la oscuridad, tumbada en una hamaca, Sam los miraba con curiosidad.

 

 

@Serendipity

Junio 2024

 

 


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