GALAPAGAR
Fue en el bar de Rosa donde ésta le facilitó el contacto. La tetona rubia le dio los detalles. Él asintió y la otra le dio la dirección. De algo hay que vivir. Olaf hace lo que puede, lo que se le presenta. Vive así desde que terminó los estudios hace cuatro años. Esto era una cosa nueva. Rosa se quedaría el 10 por ciento...; pero el 10 por ciento de 3.000 no era tanto, si él se embolsaba 2.700. Y la cosa era fácil y discreta.
Escribió el mensaje y por la tarde tuvo respuesta: jueves, 16:30 y la dirección. Galapagar. Rosa era de fiar.
Justo a la hora Olaf llamó al timbre de la puerta. Pasó por el jardín y en la puerta había una especie de conserje joven que lo saludó cordialmente, le condujo a un salón y le ofreció un café. Antes de terminarlo el conserje regresó y con una sonrisa le condujo por un largo pasillo hasta unas escaleras y, por ellas, al piso superior. Llegaron a un cuarto con las puertas abiertas. Le hizo pasar y se retiró, tan en silencio como le había conducido allí. Cerró la puerta. El cuarto era amplio y estaba decorado con motivos florales. Había un canapé en un lado y en el otro un biombo largo y alto de color violeta. Se sentó a esperar instrucciones. Hubo un sonido de puertas que se abrieron y se cerraron y unos pasos de tacón que se dirigieron hacia el biombo. De repente, la luz de la gran lámpara cenital se apagó y en su lugar se iluminaron dos lámparas de pie a cada lado. Unas notas musicales se dejaron escuchar y la música soul comenzó a sustituirlas. Él comprendió inmediatamente.
Fue al centro de la habitación de cara al biombo y empezó a bailar despacio, sensualmente. Una fuerte luz le alumbró desde arriba. El biombo tenía agujeros en forma de circunferencia de tamaño regular. Olaf se fue desnudando al ritmo de la música. Quedó en pelotas y la ropa en el suelo, donde la lanzó. Pensaba en que lo estaban mirando y en quién lo estaría espiando, una o varias personas, mujeres u hombres. Rosa le había tranquilizado: nada de homosexualidad; el culo, a salvo.
Una voz suave pero firme le dijo que se acercara. Partía del biombo. Sin dejar de contonearse con el ritmo se fue acercando. Más, ordenó la voz. Era una mujer. La voz era madura y bien entonada. Aquí. Olaf fue al orificio del que emergía la voz femenina. Tócate. Su órgano estaba un poco empinado, pero no trempado, sin erección, aunque algo crecido por la situación que le envolvía. Cogió el miembro y lo fue manoseando, como si se hiciera una paja. En seguida el pene se dilató y creció. El capullo dejó ver el glande bajo la intensa luz que le enfocaba. Más cerca, mandó la mujer. Él se pegó al círculo abierto. La verga estaba ya completamente erecta. Tenía una polla grande, tiesa, juvenil, venosa; con un glande cónico y rosado sobre unos huevos con vello rubio que dejaban ver la forma de los dos testículos separados; uno más arriba que el otro. Seguía con el juego de masturbación. Comenzaba a tener ganas de descargar.
La mujer dijo: métela por el agujero y Olaf bajó la tranca y la introdujo por el rodal esférico cuya circunferencia era suficiente para que entrase todo el sexo completo. Sin duda los juegos de salón de esta mujer estaban muy estudiados. Inmediatamente sintió cómo le manoseaban la polla. La música se extinguió. Los dedos acariciaban despacio el glande y el prepucio, plegado sobre el mástil erecto. Mete los huevos, exigió la voz sin alterarse ni perder la suavidad a pesar del tono de superioridad. Olaf acomodó los cojones y los dejó colgar dentro del biombo. Una mano los acarició mientras la otra sobaba la polla. Olaf estaba excitado por el juego y las caricias. Del otro lado, la respiración se oyó acelerada. Los dedos apretaban la verga y jugaban con los huevos. De repente sintió una humedad caliente en la polla, la mujer había escupido sobre ella y, ahora, jugaba a dar vueltas con los dedos ensalivados a todo el miembro; hasta los testículos. Un momento después notó unos labios atrapando el glande y poco a poco engullendo la gran polla juvenil de Olaf. Le estaban haciendo una mamada delicadamente, sin manos. La boca subía y bajaba, metía y sacaba, lamía, chupaba y succionaba. Y, a la vez, acariciaba las pelotas endurecidas. Los dos huevos estaban elevados, prestos a eyacular.
Del otro lado comenzó a escucharse una secuencia de jadeos entre el siseo de chup, chup, chup; de una penetración.
La lengua comenzó a acariciar con más energía la verga y Olaf se vino con un grito de placer dentro de la boca. Largas descargas lanzaron la leche ardiente dentro de la cavidad de la boca. Una oleada tras otra, hasta vaciarse por completo. La boca se retiró, aunque el sonido de la penetración continuaba con gemidos y jadeos desacompasados. Al final, un estertor masculino.
El silencio.
Las luces se apagaron. La lámpara central volvió a alumbrar toda la estancia. Olaf se vistió y esperó sentado unos minutos. El conserje volvió, abrió la puerta y le acompañó a la salida. En la puerta le entregó un sobre y se despidió tan amablemente como una hora antes le recibiera.
Olaf salió al jardín y echó un vistazo rápido a la mansión de Galapagar. En una ventana alta, del tercer piso distinguió un par de figuras, un hombre y una mujer mayores, muy pasados los sesenta años le observaban abrazados. Una inquietud partió desde su garganta hasta los dedos de los pies, y abandonó el lugar.
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