Crimen desnudo en el Mediterráneo

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La playa mediterránea se extendía kilómetro y medio y a esa hora, las seis de la tarde, se encontraba llena de gente, sombrillas y sillas de playa. 

      Laura aparcó el coche y abrió la puerta. El viento cálido impactó en su rostro ajado mientras observaba el lugar a través de los cristales oscuros de sus gafas de sol. Abrió la guantera del coche, miró a su alrededor para cercionarse de que estaba sola, sacó una pistola y poniéndose en pie, la metió en la cintura, por la parte de atrás de unos pantalones blancos de lino holgados y la cubrió con una camiseta negra. También cogió una toalla que no necesitaba y el móvil. Era importante no llamar la atención, así que además de la toalla, cambió sus zapatos negros por chanclas.

     Ya sobre la arena, distinguió unas rocas que, según le habían dicho, ocultaban una mini playita. Un grupo de chicas charlatanas pasaron a su lado camino de la orilla dispuestas a enfrentarse con las olas. Tres de ellas llevaban ese bikini tanga que se había puesto de moda mientras una cuarta, bronceada, avanzaba con los pechos al aire. Laura pensó brevemente en su juventud y contempló aquellas nalgas expuestas, firmes o temblonas, todas ellas jóvenes, que se lucían y movían con la despreocupación de quien tiene toda la vida por delante.

    Un hombre de pelo gris algo escuálido y una mujer fuerte sentada en una silla y que leía una gruesa novela de misterio, fueron las últimas personas con las que se cruzó antes de saludar a un treintañero musculoso en bañador.

- Juan, ¿qué haces sin camiseta? - 

- Nos dijeron que la discreción... - 

Laura se permitió una sonrisa rápida al pensar en su compañero de piel lechosa.

- Al menos te abrás echado crema solar. - le respondió retomando la seriedad para luego añadir. - ¿Dónde están? 

     El hombre le indicó el lugar y permaneció vigilante, para asegurarse que nadie sin autorización tomaba ese camino.

*******************************

     Tras las rocas, la arena blanca y sedosa daba acceso a un remanso de agua tranquila dónde, de vez en cuando, algunos pececillos se aventuraban a nadar. Aquella tarde, sin embargo, aquel lugar salvaje, marcado por lo tétrico, carecía de belleza.

     Un par de socorristas interrogaban a un tercer hombre, de unos cuarenta, visiblemente nervioso. A su lado, tapado con una manta amarilla, yacía un cuerpo.

- Soy Laura, homicidios. - dijo la recién llegada sin emoción en la voz.

Luego, señalando la manta dijo.

- ¿Puedo? -

     Sin esperar respuesta retiró la manta dejando a la vista el cuerpo desnudo, tumbado boca arriba, de una chica de pelo corto y rizado. Tenía la piel pálida y las mejillas rojas. Alrededor del cuello, se podían ver signos de estrangulamiento. Tras tomar unas fotos, empujó el cadaver poniéndolo boja abajo. Sobre la espalda y el trasero se apreciaban marcas rojas, como si alguién le hubiese dado una buena tunda, de manera ordenada, antes de matarla. 

- Es usted su pareja entiendo.- dijo la detective dirigiéndose al sospechoso.

       El hombre, ante la atenta mirada de Laura contó que habían ido a pasar un día en la playa y que al descubrir aquel lugar recogido, habían decidido relajarse y mantener relaciones sexuales. Luego, él se había ido a buscar una toalla al coche y al volver se la había encontrado junto al agua sin vida e inmediatamente había llamado a los socorristas.

- Ya veo, luego mientras usted estaba fuera llegó alguién y la pegó y no contento con ello la estranguló. 

El hombre hizo gesto de decir algo pero rectificó.

- Será mejor que hables, porque no me estoy creyendo nada.- Es verdad... vine y alguién la estranguló. - repitió el hombre.

 

- ¿Y ese desconocido la zurró y ella se dejó? - preguntó la detective.

 

- No, eso no, yo la azoté y la dí algún guantazo.

 

Uno de los socorristas le miró con disgusto.

 

       Laura guardó silencio mientras su mente reconstruia la historia. Los elementos sadomasoquistas eran parte de más relaciones de las que mucha gente pensaba. Sin ir más lejos, una compañera de trabajo policía le había confesado en una ocasión lo que la gustaba sentirse dominada por su pareja lesbiana. Ambas, según le dijo, frecuentaban un club nocturno y muchos viernes volvían a casa con el culo rojo y muchas ganas de pasárselo bien.

 

       La detective observó de nuevo al tipo. No tenía pinta de asesino. Pero si no era él quién sería, alguién que les hubiera observado mientras hacían el amor o tenían la sesión de azotes. ¿Alguién qué...?... caminó alrededor de la playa y observó las huellas en la arena. Sacó más fotos.

"Hablaré con el forense" pensó.

****************

    Dos días después, a las cinco de la tarde. Laura aparcó el coche en frente de la playa. Esta vez se puso un bañador de una pieza azul, cogió toalla y sombrilla y se instaló no muy lejos de las rocas. Se embadurnó la piel con crema solar y observó.

     A su izquierda un grupo de chicos fumaban y no quitaban ojo a unas chavalas que jugaban a las cartas. 

"Algún día tendrán que controlar esto de las colillas" pensó Laura mientras uno de los jóvenes enterraba en la arena el resto de su cigarrillo. 

      El mar estaba mucho más tranquilo que aquel día, un corredor pasó al trote frente a ella evitando por unos centímetros pisar las "ruinas" de un castillo de arena.

      A su derecha, la misma mujer leía mientras que el hombre de pelo gris tomaba el sol.

El teléfono de Laura sonó.

- Lo has encontrado... entiendo. 

      El hombre de pelo gris se levantó y correteó cojeando hacia las rocas.

    Laura lo observó. Cinco minutos después se sentó en la toalla. La mujer seguía allí, leyendo, aunque de vez en cuando levantaba los ojos y torcía el gesto.

    La detective se levantó y fue hacia las rocas, en la playita estaba el hombre. Laura se acercó  y se ocultó tras una roca. De repente, el tipo se bajó el bañador y comenzó a masturbarse.

      Laura dio media vuelta y volvió a su sitio en la playa.

Cuando el hombre volvió a su sitio, la mujer le increpó.

"Guarro, perverti... cuando lleguemos.... casa" - 

    El hombre agachó la cabeza ante la reprimenda y recibió algún que otro golpe con los nudillos en la coronilla.

Pasaron unos minutos.

Laura se levantó de pronto y buscó las fotos en su móvil.

Luego llamó.

      El sol no calentaba tanto cuando llegaron los policias. La mujer protestó pero aun así fue esposada, acusada de homicidio. El hombre de pelo gris fue invitado a declarar en comisaría.

     El informe forense determinó que la víctima no había sido forzada sexualmente, no había restos biológicos a parte de los de su pareja. En la playita las huellas eran recientes, y a parte de las pisadas de los hombres y la propia víctima, se encontraron huellas de pies gruesos, la talla se correspondía con las de la mujer arrestada. No obstante, era circunstancial y no hubiera valido sin el testimonio del hombre de pelo gris quién, al parecer, tenía un pequeño grado de discapacidad intelectual y mantenía una relación de sumisión con su domina basada en el castigo físico y verbal.

    Laura observó el mar y su vista se posó en el horizonte.


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