MOJAR EL PIZARRÍN

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En el pueblo en que trabajaba en esa edad, en la que solo el pensamiento era como conseguir mojar el pizarrín. Ocurrió esta singular aventura.
Los mozalbetes nos reuníamos los domingos en la plaza del pueblo, en grupos de varios chicos, para tratar de cambiar opiniones sobre las chicas que nos gustaban y como acercarnos a ellas y poder entablar conversación. Cosa bastante difícil en aquellos tiempos en que los géneros de hembras y machos paseaban en manadas distintas.
En el grupo mío teníamos un agregado bastante mayor que nosotros, con una pequeña discapacidad por la cual no se juntaba con los de su edad. Él estaba obsesionado con las mujeres y cada vez que hablábamos de una, a él le había afilado el pizarrín. Daba igual que fuera soltera, viuda, casada o abuela.
 Pura fantasía suya que pocas veces le creíamos, pero que disfrutábamos con sus historias inverosímiles, Cargadas de fantasía… Él era un poco atrasado, pero al chico le obsesionaban las mujeres y el tabaco.
Le llamábamos (lumbre) por estar siempre pidiendo lumbre y después en cigarrillo.
En un cerro cercano al pueblo existen unas cuevas bajo tierra, en las que a veces eran usadas por algún desconocido para pasar unos días en verano. A veces nosotros nos acercábamos para jugar a juegos de guerras entre varios grupos y fumar unos cigarrillos sin que nos viera nadie y estar en un lugar fresco.
En fumar yo no participaba, pues en mi vida no he fumado un solo cigarrillo.
Allí se instalaron una pareja de gitanos que andaban pidiendo con una cabra, a la que subían por una escalera, la hacían bailar y cosas similares.
Nuestro agregado al grupo se enteraba de las historias antes que nadie al no tener que trabajar ni tener ninguna obligación que cumplir.
Al reunirnos en la plaza, rápido nos comentó que había estado en el cerro y por unas pocas perras le permitió la gitana afilar el pizarrín. (Pura mentira él nunca tenía dinero)
Nos convenció de que juntáramos nuestro dinero y nos acercáramos al cerro y con unas pocas pesetas nos dejaría la gitana, mojar el pizarrín a todos y así él también mojaría.
La comitiva se puso en marcha y al llegar nos recibió la gitana, preguntando a qué se debía nuestra visita. Un atrevido le enseño el dinero y le explico nuestro deseo.
El dinero desaparecido rápidamente aceptando el trato propuesto, con la condición que fuera rápido 
y le mostrábamos nuestras armas para elegir el turno de disparo.
Unos la mostraron, otros no se atrevieron por vergüenza. Con las armas listas para la revista nos dice que esperemos un poco que ella se preparara rápidamente para satisfacer nuestros deseos.
Al poco apareció con un enorme cuchillo en la mano, llamándonos, ¡¡hijos de puta!! Y que al primero que pillara le cortaría el pizarrín de cuajo.
Ni que decir tiene qué el susto fue tremendo, qué todos salimos corriendo como alma, qué lleva el diablo, en distintas direcciones meándose la mayoría los pantalones del susto.
 Alguno llegó a la plaza con la lengua y el arma fuera de la funda.
Ese domingo nos quedamos sin dinero para ir al cine, ¡qué valía! Dos pesetas. 
Estuvimos a punto de linchar a nuestro agregado por hacernos vivir esa arriesgada aventura. La sangre no llegó al río y seguimos escuchando sus fantasías sin volver a caer en las tentaciones de sus mentiras.
A mí me gusta acordarme de esas cosas tan sencillas de mi juventud y espero poder seguir recordando  
a esos amigos, alguno ya desaparecido de esa juventud. Tan lejana.
Hasta la próxima. Saludos.

 


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