PENTIMENTO (side one)

PENTIMENTO (side one)

Instantánea de la primera secuencia.

Ella es mucho mayor que yo; es más que una mujer madura, pero su edad no cuenta. Ella sabe lo que yo necesito y sabe lo que ella quiere.

Me acabo de correr sobre su falda. Mantengo una tremenda erección. Mi pene, tieso todavía en un ángulo de noventa grados, tiene el glande brillante, con la piel estirada, como un tejido de seda en forma de capullo; su borde de ligero color violáceo, es una marca del territorio del placer.

Brotan aún gotas blanquecinas de semen que dibujan irregulares canales entre sus sabios dedos. Me ha masturbado sin recorrer la longitud de mi polla. Únicamente ha acariciado la corona del glande y el orificio, con la delicadeza de la lengua de una mariposa, pero no ha sido su boca (ni un solo beso) la que me ha conducido al paraíso del placer y al paroxismo del orgasmo; han sido sus dedos delicados y su mirada concreta sobre mi sexo (y mi mirada en su mirada, en nuestra comunión de deseos fértiles -la concupiscencia desatada, como tantas veces-) mientras se entregaba a mi placer sexual que es su placer sexual. Así, el calor del acto sexual libre y rico; su tierna manipulación de mi capullo entre las yemas de sus dedos, ha canalizado mi deseo efervescente de sentir hasta desencadenar el espasmo final que ha producido el orgasmo y la eyaculación. La leche ha brotado de repente, como un volcán ardiente; ha saltado por los aires y algunas gotas han salpicado su frente y el espacio entre su nariz y el labio superior. Ella ha sonreído tras el espontáneo cierre de ojos (esos ojos rasgados de color turquesa) con una picardía inigualable; ha sacado la lengua y ha recogido el fluido seminal estirando la piel, con un giro sobre el surco y el arco de cupido, y la ha sorbido con un gesto encantador; ha recogido la leche de la frente y la ha extendido entre las yemas del pulgar y el índice. Esos dos gestos sensuales han hecho que mi verga incrementara al máximo la erección, visiblemente dispuesta a continuar disfrutando del amor.

Ella ha apretado su mano sobre todo el mástil, completamente descubierto con la piel tensa; con la otra ha acariciado los testículos, la piel granulosa, el oscuro vello rizado. Se ha levantado y se ha colocado con la cabeza apoyada en los cojines, las piernas abiertas, los codos contra el asiento del tresillo. Me he puesto tras ella y le he subido la falda. La braga rosada muestra el encanto de sus nalgas redondas, torneadas en las semicircunferencias todavía firmes, con su piel blanca sujeta por las gomas de la prenda; el surco central, que esconde la delicia de su vulva bien marcado. Le bajo la braguita hasta las rodillas y se descubren los gruesos labios y a los lados el vello púbico rubio. En la raja se distingue un sendero de fluido, transparente y prometedor. Me fascina el hueco entre sus labios vaginales. Me agacho y beso sus labios, su hendidura. Saboreó sus flujos. Lamo sus labios y paladeó su clítoris; luego, acerco mi polla y la dirijo a la abertura del coño. Empujó y se abre como un higo húmedo y acogedor. La tranca se introduce sin resistencia. Ella gime al sentir dentro la carne dura. Acaricio sus pechos mientras la penetró suavemente. Ella jadea al mismo ritmo que yo. Ambos gemimos acompasadamente. La monto hasta que me voy dentro de ella. Caigo sobre su espalda agotado. En ese momento escucho su grito de placer al producirse el orgasmo. Se tumba y mi verga sale de su coño brillante de los fluidos de nuestra comunión sexual. Me dejo deslizar sobre su cintura y su espalda. Mi tranca se va aflojando lentamente y la frotó contra su hermoso culo maduro. La satisfacción me inunda y me voy adormilado en la tarde cálida del septiembre mediterráneo.