Podría pensar que era un sueño aquel en el que caminaba por un antiguo camino enlosado a través de amplios robledales que con sus hojas filtraban la luz del sol.
Uno en el que se pueden descubrir rocas mágicas en medio de la floresta grabadas con runas primitivas, cuyo significado quizás se haya perdido en el tiempo.
Aquel en el que mientras te refrescas en las calmas aguas del riachuelo puedes atisbar el descanso de una ninfa en torno a la que danzan libélulas de lindas alas de color añil.
Uno en el que el paisaje parece duro pero que es generoso con sus frutos y ofrece lo mejor de sí a quién tiene el interés por conocerlo de verdad.
Uno en el que se puede disfrutar de la naturaleza, de caminar bajo de un verde emparrado en el que se intuye la próxima cosecha ya, o del vuelo de un ave solitaria que parece saludarte con su trino.
Uno en el que te acompaña el respeto y cuidado de las gentes por su patrimonio y por lo tanto del legado recibido.
Aquel en el que hables la lengua que hables nadie es extranjero y te sientes aceptado cómo vecino.
Pensé que quizás pudiera haber sido un sueño, pero lo cierto es que fue real.
No se puede menos que sentir pasión por ese lugar y por la experiencia para recordar.
Porque ese lugar existe, ese lugar es Portugal.
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