HA MERECIDO LA PENA

Llegar a cierta edad, a esta edad, para saber qué se quiere, cómo se quiere, cuándo se quiere, lo que se quiere. Y haber perdido el inútil rubor, la estúpida continencia ante la verdad, por prosaica que esta sea. Más "y": buscar una compañía, siquiera sea astral, mediatizada por el juego controlado de unos y ceros que recorren el planeta, fraccionándose, descomponiéndose, recomponiéndose de nuevo para formar el pensamiento, las esperanzas, las ilusiones, las fantasías compartidas, rosadas y ardientes, de cuerpos que se funden, se besan, se pasean placenteros por los deliciosos jardines y cuevas, conos de volcán, estriados y serenos fosos, se acarician venciendo las distancias, se muestran desrreprimidos, se tocan de uno a uno, de dos a uno, de uno a dos. ¿A qué esperar, si la vida pasa y nos destierra; nos olvidará sin remedio por haber renunciado a ser, a vivir, a gozar, a compartirnos en alma y cuerpo? Robar el fuego de los dioses no tiene otro objeto que recuperar nuestra autenticidad, reapropiarnos de nuestro ser completo, el que nos hurtaron y ahora conocemos?
Merecerá la pena si dejamos atrás los temores frustrantes y con arrojo nos dejamos llevar por las flamígeras pasiones, aun con las diferencias, por las espumosas aguas que todavía nos esperan.

Para 54-56