Hoy te busco y no te encuentro en este parque tuyo. Digo tuyo porque aunque sea público, tú estabas en él antes de llegar yo.
Miradas de banco a banco, tímidas y furtivas, leyendo día a día diferentes libros. Levantando la vista de tanto en tanto, con miradas escrutadoras laterales, evitando cualquier sospecha de parecer expectantes. Así varias semanas. Y hoy no estás y noto un agujero en el pecho. La soledad se puede medir, porque tiene peso, y tiene aroma a arena del desierto; su mismo color, su rugosidad.
Pierdo mi mirada en mis propias manos, venosas, los dedos cruzados sobre el ángulo de mis piernas.
Recuerdo la primera mañana, tu gabán beige con el cinturón abierto, allí sentada, los ojos absortos en las páginas. Tu cabello marrón rebelde y algo descuidado. Y quiero que vuelvas o regresar yo a ese punto y paralizar el tiempo, como un cuadro de Hopper, mientras espero a que te decidas a levantar tus ojos y se encuentren con los míos.
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