Ya perdí la cuenta de qué número de noche difícil sería, quizás la milésima, seguramente, pero aquí estoy, siendo asfixiada por las incontables dudas que me apretujan en esta habitación. Con las luces apagadas y sin cielo estrellado (se avecina una tormenta eléctrica, con truenos que me recuerdan a las tormentas de los veranos), me hundo en este colchón marcado con la silueta de alguien que ya no siente, y que las pocas veces que se emociona, siempre, dios, siempre, el destino le regala algún suceso que lo arrincona a la respuesta "matate". No sé si es rabia o un ataque de histeria el que siempre me da cuando estoy en esta situación, en un momento donde el pequeño mundo al que escasamente puedo controlar, se desmorona. Me da cólera pasar saliva, escribir esto, observar la pantalla del celular mientras las letras aparecen en el bloc de notas, sentir a mi perra acomodarse a mis pies, todo esto y aún no poder dejar de pensar en la misma cosa: ¿Estará enojado?, ¿La volví a cagar?. Es un ritual entre yo y mi mente la de encender aquella alarma que normalmente las personas podrían controlar, pero que la gente como yo no, llamada ansiedad. Me desespero, siento que pierdo el aliento, me dan ganas de llorar con fuerza, de golpearme y tirarme del cabello, preguntándome por qué yo, por qué a mí, qué hice para merecer esto.
Con un cuerpo amorfo, piernas desalineadas, dientes chuecos, nariz de bruja, cejas de malvada, pelo seco y quebrado, se me hace imposible ver un futuro positivo. Con la particular capacidad, talento, diría yo, de caerle mal a medio mundo, se me hace imposible entablar un lazo con los demás y confiar plenamente en ellos.
¿Por qué no soy normal?
Realmente considero que ésta es una de mis top 10 peores noches difíciles que tuve hasta ahora. Me siendo desorientada y sola, abandonada. Incomprendida y odiada. Muerta. Y me veo muerta.
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