En los sesenta del pasado siglo, lo que en un alarde de idealismo se llamó movimiento hippie, se difundió por todo el orbe occidental. Aquello que fue una ola de marginación de la juventud que vivía, y ya no quería, en una sociedad groseramente materialista y filistea, terminó rápidamente por ser absorbida por el mercantilismo al que se oponía... y el sueño de algunos sectores intelectuales de la pequeña burguesía se desvaneció velozmente.
Sin embargo, su oposición marginal al sistema logró, como la marcha al Aventino de los plebeyos de la Republica romana, algunos cambios que, sin la juventud hippie contestataria, no se hubieran producido sino en décadas, tal vez.
De alguna manera, la generaciones posteriores a aquella somos herederas de las concesiones de los regímenes occidentales en materias como los derechos individuales, la ruptura con un clasismo grosero, una cultura esclerotizada, unas formas sociales estrechas que estrechaban, asfixiaban e inmovilizaban a la gran mayoría.
Ahora, cuando vemos que las fuerzas oscurantistas y reaccionarias vuelven a levantar su reptilesca cabeza, amenazando los avances y los progresos de las sociedades occidentales, hemos de recuperar la parte fundamental de las reivindicaciones en que se plasmó aquella ola de protesta pacífica contra el modelo de alienación dominante.
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