Arnoia

Calurosa tarde de agosto como corresponde.

Baja el Arnoia escaso de aguas mostrando los depósitos sedimentarios de piedras de sus márgenes y con el caudal reducido formando pequeñas zonas remansadas y lentas corrientes transparentes y tibias.

La cercanía del río invita a refrescarse.

Descubrimos un espacio tranquilo donde nosotros y los peques disfrutamos de la calma, de los juegos en el líquido elemento, de las risas, de la sombra del denso bosque de ribera que conforta.

Parece que no pase el tiempo, por unos instantes, en tanto chapoteamos divertidos, jugamos unos con otros, disfrutamos de la jornada.

Momentos que quedan impresos en la memoria y también en el corazón.

Nos detenemos a visitar a los burritos de San Salvador cuando descubrimos a la manada de los 17 paciendo despreocupadamente en una curva de la carretera.

Se acerca confiado uno y luego el resto para ser acariciados, para que nuestras manos los liberen de los molestos insectos que los fastidian.

Nos rodean brevemente hasta conseguir el alivio buscado y luego continúan su deambular que los conducirá hacia la seguridad del hogar, más allá del robledal y de los campos cubiertos de verdes helechos, pues pronto será de noche.

Puesta de sol. Caminamos.

Conversamos de esa manera que descubrimos que nos gusta, uno al lado del otro, sin coraza.

Compartimos un sentimiento: quererse, confiar, estar ahí. Mucho y diferente de lo que en estos días se estila.

Hablamos las cosas para que no haya que imaginarlas, para saber lo que sentimos, lo que pensamos, de forma clara, abierta, constructiva, próxima, cariñosa.

Los días así no son complicados, son felices, merecen la pena.

Desde que tú llegaste hay color y alegría, hay cariño y confianza, hay luz en mis días.

Gracias.