Carta a Amelia
Querida Amelia, me preguntas cómo estoy. Te diré que no podía imaginar el frío que hace aquí, en Alberta, en pleno invierno. No, no he visto de cerca a ningún oso; pero a distancia producen pavor y cierto respeto por sus formas elegantes y seguras de caminar a cuatro patas.
Espero que tú estés bien con Florián.
No quiero que me acuses, como hiciste con mi carta anterior, de diseccionar tu carta; no obstante, tengo que matizar un par de cosas respecto a la última, a la que te respondo.
Me acusas de haber roto nuestra relación porque no te amaba; no es verdad, Amelia, al contrario, te dejé porque te amaba; porque no quería herirte más ni profundamente. El amor es un tótem ante el cual todos se inclinan, y como los ídolos que se adoran, son un objeto desconocido. Se puede amar de diferentes maneras. El mismo amor es un concepto variable. El amor es un concepto, una polisemia. Hay diferentes amores, o si lo quieres decir así, diferentes formas de amar. Todo evoluciona, independientemente de nuestros deseos y propósitos. Tal vez, ambos nos equivocamos; tal vez, no supimos cuidar el jardín de los sentimientos y las emociones. Cuando Myriam entró en mi vida comprendí que debía ser honesto y poner fin a nuestra relación. Y eso era, precisamente por el amor que te profesaba; distinto, pero un cariño profundo que ocupaba un sector de mi corazón. Nos faltaba la pasión, la fantasía, el erotismo, la admiración, el deseo y la lujuria necesarias para que la convivencia se tradujese en esa chispa diaria que hace desear fundirse uno con el otro.
Una última cosa es que te pido que lo ocurrido no te agrie y amargue el carácter. La vida sigue para todos y la sorpresa azarosa nos toma por asalto. Tu pasado tiene un presente, y tu presente un futuro. Haz que sea tuyo y evita ser un objeto de tu presente para ser el sujeto de tu futuro.
Un abrazo y un beso.
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